domingo, 22 de noviembre de 2009

Con ustedes, "La Pachanga"





Los conocimos una de las primeras noches que pasábamos en el Cuzco. Era una de esas noches de domingo frías y silenciosas del barrio de San Blas. Subíamos la cuesta por las calles completamente desoladas cuando comenzamos a oír una bulla de gritos y tambores a lo lejos, pero que cada vez se hacía más fuerte.
El sonido provenía de un pequeño barcito llamado Kilómetro Cero, que estaba lleno hasta las manos. Ahí estaban los colombianos Mauricio y Javier al frente de una banda que se hacía llamar “Pachanga”. Musicalmente no eran muy buenos. Desafinaban y se equivocaban en los cambios de acordes. Pero esas fallas parecían no importar. A fuerza de pura onda y ritmo de percusión, hacían delirar a los gringos presentes.
Mauricio, el cantante, desprendía con sus bailes y meneos una energía imponente que contagiaba hasta al más parco, y su carisma concentraba todas las miradas. Javier, el frente de su Gibson Flying V cargada de “Delay”, sorprendía, no por su virtuosismo, sino por su originalidad.
Unos días después, nos enteramos de que Javier también era bajista. Por esos tiempos, cuando todavía no confiábamos lo suficiente en nosotros dos, Valerio y yo andábamos buscando desesperadamente un bajista para completar a los incipientes Discípulos de Alkachofa. Ahí fue cuando comenzamos a hablar con los chicos de Pachanga, y al poco tiempo, cuando ya habíamos desistido del trío en los "Discípulos", nos invitaron a tocar en su banda.
Yo comencé como guitarrista, pero ya a la tercera vez que nos íbamos a presentar, me dijeron dos horas antes del show que tenía que tocar el bajo porque el bajista no podía asistir esa noche. Nunca en mi vida había tocado el bajo, pero mi paso al bajo fue tan natural, que me pareció que lo tocaba hace mucho tiempo. A los colombianos les encantó lo que hice en el bajo, así que me quede ahí, y la banda se completó con la llegada del “Negro” Álvarez en la percusión menor.
A partir de ese momento, la banda creció con cada presentación, y pasamos de tocar una vez por semana a tocar siete veces por semana. A la onda de los colombianos, los argentinos le agregamos la musicalidad, y ahí se dio una simbiosis genial. "Los estabamos esperando", nos dijo Mauricio una vez.
Y todo esto degeneró en un disco, al que si bien hicimos muy rápido, nos llevó mucho trabajo y dedicación. Hoy tengo el agrado de presentarles la cancion que elegimos como Single de ese disco grabado en Cuzco, llamado “Qué borrachera”.




El Pibe (Letra: Mauricio Gómez-Juan Manuel Álvarez. Música: Lisandro Cabrera)

“El Pibe” es una canción de la que estoy muy orgulloso. Siempre me gustó la cumbia y siempre opiné que haciéndola bien podía tener el mismo status que cualquier otro género de música popular. Con esta canción nos metimos de lleno en el género bailable, un género vapuleado impunemente, sobre todo por los rockeros imbéciles, para los cuales la música se reduce a un solo de guitarra que mientras más rápido sea mejor, cagándose en la melodía, la armonía o el ritmo. Se ve que esos rockeros nunca han escuchado Salsa, una música bailable compleja y sofisticada, bastante más difícil de tocar que “Satisfaction” o “Señor Kioskero”.
“El Pibe” es una cumbia colombiana dedicada al mejor futbolista que tuvo Colombia, Carlos Alberto Valderrama, y a aquella mítica selección que comenzó en Italia 90, aquella del error de Higuita y el gol de Milla a favor de Camerún, y que culminó con la desastrosa participación en el mundial del 94, con el gol en contra de Escobar y su posterior asesinato. Pero en el medio estuvo el histórico 5 a 0 contra Argentina, ese 5 a 0 que te recuerda todo colombiano cuando se encuentra con un argentino. Pero he aquí lo irónico: la canción la terminé cantando yo.
Yo me hice cargo de las voces, el bajo, guitarra criolla y eléctrica. Mauricio de los coros y el maracón. Javier de la guitarra acústica y Valerio de la batería. En esta canción también aparece un instrumento típico de Colombia, sobre todo de la región de San Jacinto: la gaita colombiana, a cargo del Negro Álvarez. Y la canción se completa con el negro Carlos en las congas.
Y con esta canción nos hemos prometido una difícil misión: llegar hasta Barranquilla, en el caribe colombiano, en donde vive el pibe, y entregarle este humilde tributo de argentinos y colombianos.
Basta de chácharas. Abajo está el link para que puedan escuchar la cancion, y si quieren pueden encargarnos el disco, que será enviado a la brevedad, y con su compra, nos ayudan a seguir manteniendo vivo este sueño. Espero que les guste.


http://www.purevolume.com/Pachanga


domingo, 1 de noviembre de 2009

La Gira Pachanguera (Primera Parte): Cuzco-Abancay

*Con ustedes, La Pachanga.



La salida gloriosa del Cuzco

Nuestros últimos días en el Cuzco fueron por demás agitados. Yo me encerré días enteros en el estudio de grabación terminando de grabar y mezclar el disco de Pachanga “Qué Borrachera”, que recién lo pudimos terminar tres días antes de irnos, perdiendo fortunas en ventas con cada día de retraso. Ni bien terminé mi laburo con el disco de Pachanga, volvimos al otro día al estudio a grabar “El Precipicio”, la primer canción del disco de Los Discípulos de Alkachofa, “Canciones por la Carretera”.
La experiencia de trabajar en el estudio resultó extremadamente cansadora y tediosa, sobre todo cuando uno quiere que cada detalle quede perfecto y el tiempo en el estudio es limitado, pero al final del día, al ver los resultados, no creo que haya algo más gratificante que escuchar cómo va tomando forma una creación personal, que algún día fue solo una idea incipiente. Y la música tiene esa característica peculiar: si no se plasma en una grabación queda en la nada absoluta, en una materia totalmente inasible que se desvanece en el aire.
Por esos días, Valerio se fue a Lima a verlo a Charly García, emprendiendo un viaje de 20 horas, para volver al otro día. Ni bien volvió, nos pusimos a ensayar con la banda de Ska y Punk “No Funka García” para grabar un disco. Al final el tiempo alcanzó para que Valerio deje grabadas solo unas baterías.
Un sábado 3 de octubre, hicimos el estreno del disco de Pachanga en el bar Wachuma y al martes siguiente hicimos el show de despedida en el mismo bar. Esa despedida del público de Cuzco fue la mejor que pudimos tener. El bar se llenó con todos los conocidos y amigos que habíamos hecho en esos seis meses en el Cuzco, y ahí estuvimos armando la rumba hasta altas horas de la madrugada. Al otro día estábamos saliendo para Abancay, con la certeza de que algún día volveríamos a esa ciudad que nos habría de marcar de por vida.
*En la inauguración de la discoteca "La Mamacha".
*El disco recién salido del horno

*Grabando "El Precipicio"





*Despidiéndome de la vieja




Abancay o la dura batalla de ganarnos el público local




*Afiche promocional por las calles de Abancay


*En las puertas de Abancay


Abancay, a cuatro horas de Cuzco, es un pueblo metido en la sierra, al que llegamos invitados por el bar Mamut para tocar dos noches. Enseguida sentimos el cambio de clima, mucho más cálido, y una cierta frescura por haber salido de Cuzco.
Julio, el dueño del bar, nos fue a recibir a la terminal de buses y de ahí nos llevó directamente a la radio local para promocionar el show. Las canciones de Pachanga sonaron por primera vez en la radio (ojalá no sea la última), y se me estremecieron las tripas al escuchar mi voz en “El Pibe” saliendo por la cadena local.


*Golpeando las puertas de la radio


Esa misma noche nos subimos al escenario para dar el primer show de Pachanga fuera de Cuzco. Ni bien entramos al local, nos dimos cuenta que no conocíamos a nadie y que el público iba a ser muy diferente al que estábamos acostumbrados. El público pachanguero cusqueño era bastante heterogéneo, pero estaba conformado en su mayoría por gringos curiosos que se enloquecían al primer golpe de tambor y, por otro lado, por artesanos, mochileros, vagabundos, artistas, malabaristas, cirqueros, locos y vendedores de drogas, que enseguida se prendían en la rumba pachanguera.
Cuando tocamos el último acorde de “Pachanga” (así se llama la canción con la que comenzamos el show) en Abancay, sobrevino un tímido aplauso del fondo. Y cuando levanté la cabeza y vi sus caras indiferentes, postrados en sus asientos, me di cuenta que este iba a ser un público muy difícil. Por primera nos enfrentábamos al público local, peruano y de pueblo, conservador y no habituado a ver bandas de rock y menos de temas propios.
Acostumbrados a ver bailar a todo el mundo ni bien suena nuestra música, no supimos cómo reaccionar ante este público callado, reservado, que se mantuvo indiferente en toda la primera parte del show. Hasta se subió el presentador para tranquilizar a la audiencia cuando descansábamos en el entretiempo: “Quédense tranquilos, que ahora vuelve la banda para tocar temas de Bob Marley y de UB 40, así no se aburren”, anunció por el micrófono. Y nosotros que nunca habíamos hecho temas de Marley o UB40 sentíamos cada vez más la presión y el nerviosismo.
Pero en ese momento tan difícil, apareció la figura caudillesca que habría de sacarnos a flote. Y él era el único que lo podía lograr y lo sabía. El enorme carisma y magnetismo de Mauricio Gómez, nuestro cantante y showman, reaparecieron de la nada. Ahí se planto en el escenario, batiéndose a duelo con la audiencia, a matar o morir, sin importarle más nada que ganarse el público. Su impacto escénico, genera una energía y una atracción que no te permiten sacarle los ojos de encima, cuando ya no importa como cante. Y los pibes abancaínos terminaron bailando y cantando nuestras canciones, y entre tema y tema se escuchaba: “Pachanga, Pachanga…”.
*"El Bocadillo" Gómez prendiendo la rumba

Ya para el show siguiente los teníamos a todos en el bolsillo y todo fue más fácil. Aunque después me tocó a mí sufrir a ese público helado. Por esos días en Abancay, no nos quisimos resignar a que “Los Discípulos de Alkachofa” desaparecieran en el fulgor de la gira de Pachanga. Así que le propusimos al dueño del local nuestro show a dúo para el sábado. Ese sábado por la tarde, se me cayeron algunas lágrimas gritando el gol de Palermo contra Perú, y no tuve mejor idea que recordarles el hecho a mis amigos peruanos como un dato de color en el show de esa misma noche. Ahí nomás me cayó una lluvia de silbatinas de la que no sé cómo me escapé. Agaché la cabeza y simplemente nos pusimos a tocar, remándola hasta conseguir esa atmósfera de buena energía que siempre buscamos producir entre nosotros y el público.
Al otro día nos embarcamos para Lima, cargados de ilusiones que pronto se verían aplastadas por la gran ciudad capital.


*Paliando el calor de Abancay
*Con los pibes abancaínos
El show de Abancay:






























*Fragmento de la entrevista en "Radio Stereo 95":