sábado, 20 de marzo de 2010

Un año de gira por Latinoamérica!

“Recuerdo un día como hoy…me fui de casa a tocar rocanrol y no volví nunca más” (Paez dixit)



Hoy 29 de marzo cumplimos un año desde que nos tomamos un bondi desde Retiro a Viña del Mar y empezamos a yirar por Latinoamérica con una mochila al hombro, nuestra música en el alma y un puñado de sueños en la cabeza.
Hace exactamente un año publicábamos nuestra primer entrada en el blog titulada “A donde nos lleve la vida”, en donde reproducía un mail que le enviaba a Valerio para convencerlo de este viaje, para envalentonarlo y sacarle los miedos, esos miedos que tal vez yo los tenía mucho más arraigados que él, pero que trataba de no mostrárselos.
Y la vida nos llevó por todos lados. Nos llevó al Cuzco, la parada más importante del viaje hasta el momento, donde nos formamos y crecimos como músicos, donde tomamos confianza y experiencia, donde conocimos a nuestros panitas, a nuestros hermanos Mauricio y Javier que hoy nos acompañan en nuestro viaje, y con ellos formamos una banda que nos ha dado muchas alegrías y con la que llegamos a grabar un disco.
La vida también nos llevó a Montañitas, la segunda parada más importante. Ahí entramos en el mercado de la música, en el negocio, que más allá de sus cosas negativas en cuanto a lo creativo nos dio una cancha terrible en lo que es la profesión del músico. Tocar todos los días frente a mucha gente, tener que sacar una canción en diez minutos, ensayarlas cinco minutos y después tocarla esa misma noche, eso te agudiza el oído, los dedos, la técnica y te da una comprensión más amplia de la música, haciendo todo cada vez más fácil.
Entre Cusco y Montañitas estuvimos diez meses de este año que pasamos fuera de casa. Y nunca en estos doce meses pasamos hambre ni penuria alguna; siempre tuvimos nuestro techo y nuestra comida, y hasta nos dimos ciertos lujos. La música nos dio todo.
Hay un cuento chino, oriental o no sé de donde mierda, que habla de una comunidad en donde a cada habitante, a partir de los 15 años, se le da una libreta en donde va anotando los momentos intensamente disfrutados: a la izquierda escriben qué fue lo disfrutado y a la derecha cuanto duró ese momento de gozo. Y cuando uno muere se suma la duración de todos esos momentos, de ese tiempo disfrutado, y se lo inscribe en su tumba, porque ese es para ellos el único y verdadero tiempo vivido. Bueno, nosotros hemos sumado un año en la libreta de nuestras vidas, un año en el que hemos vivido intensamente cada día, un año que seguramente no vamos a olvidar, un año en el que hemos vivido tal vez más cosas que en nuestros diez años anteriores de vida normal.
Y la vida nos llevó hoy a Quito, capital del Ecuador, donde nos encontramos tocando como siempre, pero ya casi listos para entrar en territorio colombiano los primeros días de abril.
Queremos agradecer a toda la gente que nos apoyó siempre, a la gente que se vino a visitarnos, a esa gente que nos ha dado una mano en todos lados, a los amigos de siempre y a esa enorme cantidad de amigos que hemos hecho en el camino, a los lectores del blog y especialmente a los que comentan.
Todavía nos falta bastante por recorrer; si ya pasó un año y recién estamos en Ecuador, de México estámos lejísimo todavía. Pero "lo importante no es llegar, lo importante es el camino"*.


*La puta madre, este Valerio me está metiendo Fito por todos lados!





Amigos, momentos, recuerdos que quedaron en el camino:





Pachanga en el Km Cero (Cusco)






*Con Laurita tocando Bossa Nova (Km Cero-Cusco)









*Nikki Note y los bricheros de San Blas (Cusco)









Nuestro Departamentito en el Cusco







*Con Alvarito, compañero de cuarto y de banda en Cusco





*En Abancay (Perú).








*Abancay


*Montañitas!










*Tocando con los panas: el negro Scueto y el Seco (Montañitas).







"Más que palabras"






*Con mi brother el Seco.











Hablando de amigos, el matecito.






*Mi casa en Montañitas: "El Refugio".






*Criaturas de la noche de Caña Grill (Montañitas).














Y hablando de panas: Javier!



Mauricio.






























Vimos el precipicio y saltamos!







En Baños de Agua Santa.










Para terminar con estos festejos del año, les dejamos unas grabacióniones que hicimos en vivo en Montañitas con los Discípulos eléctricos. La primera es una zapada que la verdad que nos gustó mucho como quedo la grabación, porque fue todo improvisado y espontáneo. Fue grabado en el bar Caña Grill, en uno de esos espacios que nos dimos para tocar libremente. Valerio toca la batería y yo la guitarra, y en el bajo Don “Pin Pon”, director musical de la banda Monkaña.
La segunda grabación que les dejamos es "I saw her standing there" con el Fefo Borges.
La tercera es Mama Africa con Pin Pon al bajo y la cuarta "No tan distintos" de Sumo con Goofy al bajo.
Gracias al negro Federico Borges por habernos grabado y regalarnos un recuerdo imborrable de nuestro viaje.

Acá les dejamos los links para descargar los temas: http://www.bamansa.com.ar/varios/Zapada_Kravitz_Hendrix.mp3
Hasta siempre!

viernes, 12 de marzo de 2010

El lado oscuro (Parte II): Mutar o morir (o morir mutando)

I. Eléctricos



Cuando volví de Colombia hicimos el último show acústico de los “Discípulos”. Me había ido a pasar fin de año con mi vieja a donde supuestamente íbamos a estar con la banda para las fiestas, pero los planes cambiaron con la buena propuesta de trabajo que teníamos en Montañita. Después de recorrer durante diez días el hermoso sur colombiano con mi querida madre –anduvimos por Cali, Popayán y San Agustín-, volví chocho de la vida a mi querida Montañita, a la que llegué a extrañar.
En Cali
Ruinas de San Agustín


“Los Discípulos de Alkachofa” iban a entrar en una etapa de cambio. Valerio me había manifestado su descontento con volver a tocar su mini batería después de estar tocando con la batería completa todas las noches en Caña Grill. Por esa razón, y ya con suficiente trabajo en Caña Grill, ni siquiera nos asomamos por el restaurant “Por qué no” donde hacíamos nuestro acústico todos los fines de semana. Pero algo muy lindo para el músico nos hizo cambiar de opinión: el dueño de “Por Qué no” nos fue a buscar para que tocáramos de nuevo en su local.
Con mucho gusto fuimos a tocar y todo salió demasiado bien. Cuando pasé la gorra para hacer unos pesitos extras un gringo me dijo: “No les voy a dar plata ahora, pero quiero que toquen en mi bar en la playa”. Y de yapa, otra persona nos dio la propina más importante que hemos recibido en el viaje: un billete de veinte dólares. Entre lo que nos pagaba “Por qué no”, las propinas y la comida, hacíamos más del doble de lo que ganábamos cada noche en Caña Grill con la banda.
Con mucho entusiasmo y cargados de energía nos fuimos esa misma noche a tocar en Caña Grill. Pero nuestras sonrisas se desdibujaron cuando nuestra poseedora jefa nos llamó seriamente para hablar en su oficina. Muy enojada y a los gritos, enterada de nuestro toque en “Por qué no”, nos prohibió tocar en cualquier otro lado que no sea Caña Grill. “Esas son las reglas chicos. Si no les gustan, mañana llamo a otros dos músicos”.
Salir del Caña Grill y recuperar nuestra libertad era bastante arriesgado. La plata que nos ofrecían era buena y además, en caso de salirnos, afectábamos a Pachanga y a sus otros dos miembros. Quedaban dos opciones: o disolver los Discípulos por un tiempo o adaptar el formato a la discoteca Caña Grill.
Como Bob Dylan en el festival de Newport de 1965, los “Discípulos” se electrificaron. Guitarra eléctrica, bajo y batería, la alineación clásica del rock and roll, eran ahora la nueva formación del anteriormente dúo acústico. Me saqué el papel de trovador y me colgué la Fender. Valerio se puso al frente de una batería de verdad, de la que ya no se puede despegar. Y a nosotros se sumaron dos bajistas, que entre los dos no hacían uno. El mejor bajista que tuvieron los Discípulos habría de llegar unos días después.
Federico Borges, “El negro Escueto” pa’ los amigos, y José Luís Seco Pon, “El Seco”, dos de mis mejores amigos, fueron a visitarme a Montañita. Compartimos nostálgicas charlas, con varias Pilsener de por medio, hablando al cuete y riéndonos como locos. Pero lo mejor fue volver a compartir un escenario con los dos. El negro se calzó el bajo para hacer un pequeño revival de nuestra bandita “Histeria” y rockeamos con “I saw her standing there” y “Roxanne”. Y con Seco recordamos esos temas que hicimos mil veces en nuestro viaje a Cuba: “Hasta siempre” y “El cuarto de Tula”.
Los “Discípulos” eléctricos siguieron por un tiempo en Caña Grill. Pero nos habían asignado el peor día de la semana, los martes, y ninguno de los bajistas se sabía bien las canciones. A pesar de eso, el show funcionaba pero no llenábamos nunca. Y en Caña Grill tenemos algo muy parecido a la presión del rating que tienen los programas de televisión en el horario central: si no hacés 30 puntos de rating te sacan del aire. Y un día nos sacaron del aire, y a mí me dejaron sin un vital lugar de expresión, me dejaron sin voz ni voto.


II. Vendiéndole el alma al diablo
Hubo un momento que para mí marcó un antes y un después en nuestra estadía en Montañita. Estábamos tocando con los Discípulos en Caña Grill. Veníamos bien, tocando chévere y con bastante gente escuchando. Pero al final de nuestro show, nuestra jefa ordena que se suba al escenario “Black Daddy”, un negro corpulento que a veces canta algunas “melodías” de reggeton para alborotar a las mujeres. Más allá de que a mí no me guste el reggeton, nos pusimos a tocar sobre una base pedorrísima de bajo y batería y con Black Daddy cantando los reggetones más conocidos. La gente se enloqueció.
Todo lo que habíamos hecho por hacer algo diferente, por hacer música cada vez mejor, todo había sido en vano, porque la gente se enloquecía con la peor basura. Solo hacía falta gritar, ni siquiera cantar, “alza la mano si tú estás gozando”, y repetirlo unas veinte veces. Pero también caí en razón de que la Pachanga, aunque por momentos, hacía también algo parecido para motivar al público.
Y una pregunta que todavía no me puedo responder me empezó a sobrevolar la cabeza: ¿Hay que darle al público lo que quiere? ¿O la misión del artista es otra, es dar algo más, una visión del mundo propia, sincera, educando al público a apreciar algo diferente que tal vez no comprenda tan fácilmente en un primer acercamiento?
El papa negro: "Black Daddy"
La estrella de Monkaña, Showy.

Tanto Pachanga como Los Discípulos entraron en un período de mucha presión. Nuestra jefa nos llegó a prohibir tocar “Un beso y una flor”, canción que había sido uno de los hits de los Discípulos desde que comenzamos a tocar en los bares por la gorra, allá en Chile. Y La Pachanga fue obligada a hacer más covers que peguen en la audiencia, llegando a tocar solo covers algunas noches.
Por otro lado, en la banda estable de Caña Grill que también integramos, el grupo de covers “Monkaña”, nos pusimos a tocar cosas espantosas que unos meses atrás nunca pensé que haría. Canciones malas y estúpidas pero que pegaron en la radio, de grupos como Maná, La Ley, Juanes y esos reggetones que detesto. “El músico profesional tiene que tocar de todo”, me consolaba Valerio.
Pero lo que más me molestaba es que gente que no tiene ni idea de música me dijera qué y cómo debía tocar la guitarra. Cada vez que buscaba divertirme tratando de ser creativo con mi instrumento, recibía el reto de mis superiores.
La vida en Montañitas se volvió rutinaria, teniendo que ensayar todos los días a las tres de la tarde, con un calor insoportable, para después tocar la misma basura todas las noches. Los días y las noches se volvieron idénticos todos. Y lo peor de todo fue haber perdido nuestra libertad, teniendo que responder órdenes de un jefe que tengo por primera vez en mi vida, cumpliendo horarios casi de oficina. Todo para cobrar un buen sueldo al final de la semana.
Mis ganas de hacer música se esfumaron y, muy cansado de todo, me pasaba mi tiempo libre tirado en la cama, leyendo o mirando televisión. Por primera vez en once meses de viaje no estaba feliz.
Pero a pesar de todo, no nos podíamos quejar tanto. No estábamos en una oficina, estábamos en la playa y ganábamos bien por tocar, que es lo que queremos hacer toda la vida.
Había dos salidas posibles a esta situación: irnos de Caña Grill para tocar libremente en otros bares de Montañita o seguir viaje hacia Colombia. Irnos de Caña Grill nos resultó demasiado riesgoso, sobre todo ahora que bajó mucho la temporada. Así que decidimos volver a la ruta en dirección a Colombia este lunes 15 de marzo, para volver a la aventura, a esa linda sensación de incertidumbre, porque la libertad es la incertidumbre total.







Fragmentito del último show acústico de "Los Discípulos de Alkachofa":

jueves, 4 de marzo de 2010

El lado oscuro (Parte I)

Con la publicación de hoy comenzamos a contar una serie de tres historias que muestran por primera vez algunos aspectos negativos de Montañita y de nuestro viaje. Las historias iban a ser publicadas todas juntas ya que están entrelazadas entres sí, pero por una razón de extensión y para no aburrirlos, las publicaremos una por semana. Si bien son historias no tan felices, son episodios que nos han servido de experiencia y de los que seguramente sacaremos algún aprendizaje.


El día que Pachanga no funcionó o la maldición del negro


Rara vez desde que empezamos a tocar con Pachanga, allá por el mes de mayo del año pasado, hemos tenido conciertos que no hayan sido un éxito total. Tal vez algún show con poca gente, nada más grave que eso. Siempre armábamos la rumba en donde sea que tocáramos, a veces nos costaba más, a veces menos, pero siempre terminábamos haciendo bailar hasta los muertos. Pero todavía no contábamos con la maldición del negro.
Una noche como cualquier otra, Pachanga salía a tocar al escenario con la misma energía de siempre, con la intención de armar un fiestón como cada vez que toca Pachanga. Pero la gente no reaccionó con las primeras canciones. “No importa” – pensamos-, “ya van a ceder. Mandemos la artillería pesada”. Largamos todos nuestros hits y nuestros mejores covers, y nada. La gente muda, petrificada en su lugar, mirando escépticos el espectáculo pachanguero.
“Qué pasó?”, nos preguntamos todos después del show. No encontrábamos explicación. Habíamos tocado bien, con energía, con buen sonido, pero algo incomprensible había pasado.
Decidimos dejar atrás lo sucedido y seguir tocando como si nada hubiera pasado. Pero volvió a ocurrir lo mismo en el show siguiente y en el que le siguió y así sucesivamente. Nosotros, sin todavía encontrar explicación, fuimos perdiendo el ánimo y empezamos a tocar sin ganas, retroalimentando un círculo vicioso que nos llevaría al fracaso más grande que sufriría la Pachanga.
Una noche, Mauricio tratando de animar al público, buscando hacerlo participar con sus llamados cómplices, sólo encontró una pared impenetrable que respondió con un silencio ensordecedor. La gente se comenzó a ir del bar y tuvimos que parar de tocar para darle lugar a la banda de covers “Monkaña”. Llenos de bronca tuvimos que aguantar la mirada acusadora de nuestra jefa, que con solo un gesto con su cabeza nos dijo todo.
Lo que era sumamente extraño era haber tenido un éxito rotundo durante más de un mes y de repente caer súbitamente en la desgracia, y todo en la misma Montañitas, en el mismo bar. Todavia recuerdo el doloroso comentario de un amigo, ese que antes solía decir: “Uy que bueno, hoy toca Pachanga, hoy hay fiesta!”, ahora decía: “Ya no me gusta más Pachanga”.
Comenzamos a elucubrar diferentes hipótesis de lo que nos estaba sucediendo, desde las más racionales hasta las más descabelladas. Se llegó a decir que hasta podía ser por el cambio de guitarra que había hecho Javier, quien dejó su Gibson en Colombia y comenzó a tocar con mi Fender.
Pero la teoría que iba cobrando más fuerza, sobre todo en el eje colombiano de la banda, era la de “la maldición del negro”. Haciendo memoria, llegamos a la cuenta de que nos había empezado a ir mal desde que el “negro” Juan Manuel no estaba en la banda.
A mediados de Enero, cuando nos volvimos a juntar después de unas vacaciones mías y de Javier en Colombia, la banda había evolucionado musicalmente, ya no éramos esa bandita que tocaba en los pequeños barcitos bohemios cusqueños que se llenaban con veinte personas. Ahora tocábamos en una gran discoteca, para un público masivo, y la cosa se había vuelto un poco más profesional.
Pero había un integrante de Pachanga que se había quedado atrás, al que no le interesaba mucho mejorar su rudimentaria técnica de percusión. Poco conformes con cómo estaba tocando, decidimos hablar con “el negro”. Para nuestra sorpresa, él era el más consciente de su situación y con mucha honestidad nos dijo: “Pachanga necesita un percusionista”. Ese mismo día tocó con Pachanga su último show y, días más tarde, volvió a su hogar en Pereyra, Colombia.


*El negrito Juan Manuel Alvarez


Extraña casualidad, el día en que Pachanga no funcionó, en el que todo comenzó a ir mal, coincide con el primer show sin el negro. Ese día hacía su debut en las congas pachangueras el excelente percusionista limeño, Cristofer.
Yo me negué a creer esta supersticiosa hipótesis de la “maldición”. Tal vez fue cierto que sin el negro se perdió un poco de la química grupal, después de tanto tiempo de haber tocado juntos. Además, el negro era un cien por ciento Pachanga: toma trago, mujeriego, fiestero. Pero en lo musical aportaba muy poco y Cristofer tocaba mucho más.
Había una hipótesis mucho más racional: el cambio del público. Montañita es una playa en la que se dan oleadas turísticas provenientes de diferentes regiones que transforman rotundamente, de una semana a la otra, el tipo de gente que invade sus costas. Cerca de navidad y hasta mediados de enero, cuando comenzaba la temporada, había muchos mochileros, muchos colombianos y muchos gringos. Ese era un público netamente pachanguero.
Después se vinieron los argentinos, pero no cualquier argentino. Chetos de la capital que llegaban en avión a pasar unos días de fiesta. Por las noches te los encontrabas en la calle todos juntos, escuchando y cantando a los gritos las mismas canciones que escuchan en San Isidro, y después los veías en la playa cantando el himno nacional. Montañitas se transformó en una Mar del Plata del pacífico. Y por esta época empezó a decaer la banda, cuando el público veía a la Pachanga como un espectáculo de circo frente al cual no sabían bien cómo reaccionar.
Pero luego vino un público peor para Pachanga: el guayaco (término con el que se denomina a la gente de Guayaquil). A fines de enero y durante todo febrero, estas playas se vieron invadidas por hordas de guayacos, un aluvión zoológico que desbordó la ciudad, llenando las playas de basura y rebalsando de mierda, literalmente, las calles (los posos sépticos se desbordaron y la mierda se asomaba por las callecitas de tierra). Montañitas perdió todo su encanto, y este público, totalmente ajeno a la Pachanga, lo único que quería escuchar eran los hits de moda, sobre todo de reggeton, que sonaban en todos lados. En este panorama, el futuro de Pachanga se tornaba muy oscuro.