martes, 13 de septiembre de 2011

Montezuma: volviendo a la hipponeada


Kutimba en el Hotel Lys de Montezuma (fotos de Esmeralda Donovan).

Kutimba pasó por Montezuma -lo mejor de Costa Rica por lejos-, lo que significó una gran experiencia de creciemiento personal y grupal, de aprendizaje y de vuelta a las raíces. Pero antes nos pegamos una vueltita por Panamá, nuevamente. Y de yapa, un video de Kutimba en vivo en el Hotel Lys.

Panamá siempre estuvo cerca
Se nos acababa nuestro permiso de estadía en Costa Rica y había que tomar una decisión: irse a Nicaragua definitivamente o salir del país para volver a entrar y renovar nuestra visa por tres meses más. Después de pensarlo mucho, decidimos darle más tiempo a este país maravilloso del que todavía nos faltaba conocer lo mejor.
Así que nos fuimos de vuelta a Panamá, a Bocas del Toro más precisamente, en nuestra tercera visita a estas paradisíacas islas caribeñas.
Íbamos llegando en la lancha y ya nos invadía una sensación de placer, un aire de familiaridad; qué lindo iba a ser volver a caminar las calles del pueblo y reencontrarse con tanta gente que habíamos conocido, tantos amigos que habíamos dejado por allí. Para colmo, se rumoreaba entre los pasajeros que River había descendido a la “B”; todo era perfecto.
Pero ni bien pisamos tierra caímos en cuenta de una dura realidad. La temporada baja azotaba a Bocas del Toro y no había nadie en ningún lado. Hicimos nuestro primer show en el bar Toro Loco para tres personas, donde antes tocábamos a casa llena y armando una rumba hasta rara. Los bares nos cancelaban el mismo día del show porque estaban vacíos.
Pero por suerte, el fin de semana apareció algo de gente y tuvimos un lindo show en el Restaurant “9 Degrees”. Pero si algo nos dejó esta tercera visita a Bocas, fue el mejor show de Kutimba hasta la fecha, cuando volvimos a tocar en Casa Verde, un bar frente al mar con mucha buena vibra y que nos traía tantos buenos recuerdos.
Después de una semanita de relax en el mar caribe, volvimos a San José de Costa Rica, con el pasaporte sellado por 90 días más.


Playa Estrella (Bocas del Toro).


Valerio en su rutina diaria III. Esta vez con nuestras amigas, las chilenas!


Cruzando el río que divide Costa Rica de Panamá.


Por algo se llama "Playa Estrella".


Una cosa de locos
Después de festejar el cumpleaños N°31 de Mauricio en la casa de Elena, en San José, con nuestra familia tica y con mucho aguardiente Antioqueño, salimos para Montezuma, una playa ubicada en la península de Nicoya, sobre el Océano Pacífico.
Montezuma es un pueblito muy chiquito, conformado por solo dos calles de tierra, en cuya intersección se ubica el centro. Según la guía del viajero alternativo “es un pueblo con un ambiente pseudohippie”.
A pesar de la advertencia de mucha gente que nos decía que Montezuma estaba buenísimo pero que era demasiado hippie y demasiado pequeño como para ir a tocar con una banda, decidimos ir igual porque no nos íbamos a perder el lugar al que muchos consideraban lo mejor de Costa Rica.
Nuestra primera noche en Montezuma confirmamos todo lo que nos habían dicho: muchos artesanos y malabaristas, muchos argentinos también, y un solo bar donde ir a la noche. Preguntamos en el bar y en un par de restaurantes: el Chicos Bar no ponía música en vivo, la pizzería italo-argentina “L’Angolo” no podía pagarle a los músicos porque no había gente (maldita temporada baja) y la dueña del restaurante israelí Puggo’s no podía ni siquiera entender que nosotros cobrábamos por tocar (los músicos en Montezuma tocaban a la gorra por los restaurantes).
Pero en nuestra recorrida bolichera, esa clásica recorrida que hacemos la primer noche en todo lugar nuevo para nosotros, todavía nos faltaba ir al Hotel Lys. Nos habían hablado mucho de ese hotel, ubicado sobre la playa y con una especie de bar en el frente: “Vayan al Hotel Lys. Ahí a veces ponen música en vivo. El dueño es un italiano reloco, pero él es músico también; tocó con Celia Cruz y otra gente. Por ahí les da una mano”, nos dijo Jorguito, el primer personaje que conocimos en Montezuma (y que todos conocen), un argentino que vende empanadas criollas y que hace nueve años vive en el pueblo.
Fuimos al susodicho hotel y nos topamos con Michele. Tirado sobre una hamaca y con un vaso de cerveza en la mano yacía un tipo de unos cincuenta y pico de años, de baja estatura, con el pelo largo sobre la nuca al estilo que los argentinos llamamos “Cubana”. Parecía un salsero de “La Fania” de los años setenta.
-¿Usted es el dueño del hotel?- le preguntamos.
-No. ¿Quienes son ustedes? ¿La policía?
Después de reírnos un rato y de explicarle que solo éramos músicos y que estábamos buscando lugares para tocar, nos confesó que efectivamente era el dueño del hotel pero que no podía ayudarnos porque estábamos en temporada baja y no nos podía pagar.
Pero habíamos escuchado que él hacía trueques con los viajeros y sobre todo con los músicos, así que le propusimos el intercambio de nuestro show por un lugar donde dormir, a lo que él respondió que antes necesitaba escuchar algo de nosotros. Así que pusimos el disco de Kutimba y empezó a sonar la primera canción, nuestra salsa-rock “Magalí”. Casualidad o no, típico de esas cosas que te pasan viajando (¿o serán de esas cosas típicas que te pasan en la vida?), Michele, de nacionalidad italiana pero formado como músico en Cuba, ya que su padre era cubano, era un conguero y percusionista de salsa -ahora retirado por un cáncer de colon que le había aparecido diez años atrás. Y en su larga trayectoria como músico profesional había llegado a tocar con gente tan importante como Celia Cruz y el grupo Irakere.

Michele en la fiesta pirata de "El Gusto Beach" (Samara).

Cuando Michele escuchó el paso de la intro de punk-rock de “Magalí” a la salsa, la cara se le transformó y se empezó a retorcer orgásmicamente con cada corte de batería, con cada repique del timbal y con los arrebatos melódicos del trombón. Con las manos hacía los ademanes de un director de orquesta, marcando los cambios con su batuta imaginaria.
-Muchachos, el bus es suyo- dijo Michele cuando la canción terminó.
-¿El bus? ¿Pero el bus tiene camas?- preguntó Mauricio.
-Tiene mucho más que camas- respondió Michele.
El bus tenía mucho más que camas, era una casa prácticamente, con tres habitaciones y un baño que no funcionaba (por suerte).


Montezuma a la gorra

La vuelta de "la gorra" y el show acústico: hipponeando con toda!
El "Magic Bus" fue nuestra casa durante un mes, un mes exquisito, en el que tocábamos dos veces por semana en el hotel y recibíamos a cambio las camas y la cena, además de algo que nos quedaba de pasar la gorra. Para hacer unos pesos extras, completábamos la semana tocando cuando queríamos en la pizzería “L’angolo”, donde tocábamos veinte minutos a cambio de las pizzas al mediodía (con lo que cubríamos todas las comidas) y también pasábamos la gorra, con lo que hacíamos entre cinco y diez dólares cada uno, lo que nos servía para algún gasto extraordinario, como un par de bananas a la tarde.
Cuando comenzamos a viajar con Valerio, allá por marzo del 2009, nuestra primer parada fue Valparaíso, Chile, y no nos quedó otra que tocar a la gorra en los bares. Nunca antes habíamos tocado en esa modalidad de ir bar por bar, pidiéndole a los dueños que nos hagan el favor de dejarnos tocar, que apaguen la música para que entonces yo empezara a gritar literalmente para que alguien nos escuche, mientras la gente hablaba entre sí, sin darnos ni cinco de pelota, y el murmullo de las conversaciones múltiples tapaba la guitarra a la que le daba con todas mis fuerzas para que se escuche. Más que uno habrá pensado (o yo pensaba), cuando se le acercaban dos flacos con una guitarra y unos tambores: “Uy, la concha de la lora, hay show…”. Y después pasar la gorra, ese acto tan repugnante de pedir una limosna. Yo me prometí nunca más volver a hacer eso.
Y nunca más lo hicimos hasta que llegamos a Montezuma, dos años y medio después de aquella primera experiencia de Valparaíso. Pero en Montezuma nos sentimos bien haciéndolo y hasta me reconcilié con el acto de tocar a la gorra. Claro, ahora las condiciones eran diferentes: éramos una banda de cuatro personas, con sonido y ofrecíamos un buen show. La gente escuchaba feliz, colaboraba con la gorra y compraba discos de Kutimba.



Nuestra casa en Montezuma.

Pero lo maravilloso de lo que nos pasó en Montezuma fue que el dinero prácticamente desapareció de nuestra economía: a cambio de nuestra música cubríamos nuestras necesidades básicas de techo y comida; estábamos en un paraíso tropical, rodeados de gente increíble y con solo despertarnos, hacer dos pasos y tomarnos unos mates frente al mar, era suficiente. Para qué más!
Como dijo Michele, en el Hotel Lys nos dieron mucho más que camas y comida, nos dieron una familia. Michele era como un padre para nosotros: nos impartía clases de música cubana, nos conseguía shows en las playas aledañas y nos aconsejaba sobre mujeres.
La familia de “La Libre”, que era el nombre que recibía el proyecto cultural del Hotel Lys y de Michele -y que hasta incluía un equipo de futbol de la segunda división (como River digamos, para que se entienda bien)-, se completaba con Fifiú, el Cheff de "La Libre", y Hugo, el indio de "La Libre" y mano derecha de Michele.
Hugo y Fifiú eran como hermanos a los que la vida los había unido, y ahora compartían todo con nosotros y nos hacían sentir como en casa. Por las noches nos juntábamos todos en la mesa, junto a algún huésped ocasional, y degustábamos los deliciosos platos de Fifiú. Más tarde, con Huguito a la cabeza, se iniciaba la famosa “caza de gringas” en el Chicos Bar, un deporte que es más fácil que cazar vacas en la Pampa húmeda.

Huguito y Fifiú.


Jorguito, parte de la familia de "La Libre", vendiendo empanadas argentinas.


Otra de la familia, la diosa Belén García, carne argentina de exportación.

Para los Kutimba, Montezuma fue una experiencia muy enriquecedora. Mauricio transformó a Michele en su mentor. Empezó a tocar las congas de Michele bajo sus instrucciones, lo que lo entusiasmó a comprarse sus propias congas LP Traveller. Valerio cada tanto se acercaba y recibían clases de ritmos afrocubanos. El negro, nuestro flamante bajista, empezó a sumar viaje a lo loco: ya con un tiempo fuera de Buenos Aires, las oficinas y el smog, no le importaba tanto la luz que antes le quitaba el sueño en las primeras horas de la mañana, ni se quejaba por el calor y los ruidos. Y hasta se me cayeron las lágrimas el día que le descubrimos los primeros piojitos.

Mauricio iniciándose en su nuevo instrumento: las congas.



Pero no todo fue color de rosa. La segunda mitad de nuestra estadía en Montezuma estuvo plagada de peleas y desencuentros. Comenzamos a percibir que la energía que rodeaba el ambiente nocturno de Montezuma no era buena. Sobre todo se hacía sentir la influencia nefasta del alcohol en exceso y, sobre todo, de la cocaína, una droga que acapara las narices de los amantes de la noche de Montezuma.
La mala vibra y la falta de dinero nos hicieron irnos de Montezuma rumbo a Sámara, para aprovechar los últimos días de la mini temporada de agosto. La hipponeada duró poco pero fue demasiado bonita!


                                      


Amor por Michele.



Regalo de cumpleaños!


Una torta 100% colombiana, coronada con un delicioso aguardiente Antioqueño.


Cumpleaños N°31 de Mauricio con nuestra familia tica de San José.





Cayó una mosca en el "Chicos Bar".



Y de ñapa como dicen en Colombia, o de yapa como dicen en Argentina, se viene un videíto a pedido del gordo Milio y de la sobrinita Paulita. No tiene muy buen sonido, pero capta un poco el clima fiestero que vivimos tocando en el Hotel Lys de Montezuma, un rejuntadero de locos increíble. El video es un compilado de varias canciones de nuestro repertorio e incluye el hit de Kutimba "Misión Tropical", en vivo. Le agradecemos muchísimo a Belen, también parte de la familia del Lys, por filmar el video y editarlo.



Y no se pierdan de la entrevista que nos hicieron para el sitio "This is Costa Rica", en donde relatan toda nuestra historia (en inglés). Este es el link: http://www.thisiscostarica.com/kutimba.html