jueves, 25 de octubre de 2012

Atrapados en La Antigua

 
 

Escribo estas líneas mientras termino de armar los bolsos, esperando el “shuttle” -como le dicen acá a los minibuses privados- que nos lleve a San Pedro la Laguna, donde nos esperan para tocar esta noche en el Buddha Bar. Por fin, después de cuatro meses, podemos salir de Antigua.
Ayer dormí solo un par de horas por los nervios y la ansiedad que me provocan los momentos previos a nuestras mudanzas pseudo-gitanescas. Como todavía no tenemos lista la camioneta del negro (y no sabemos que va a pasar con ella), trasladarse de un lugar a otro se hace cada vez más difícil por la cantidad de equipaje que cargamos: mochilas y equipos que no para nunca de agrandarse. A mi enorme mochila, que tiene el tamaño de un pibe de diez años, mis dos guitarras y nuestro equipo de sonido Peavey (que consta de dos parlantes y un mixer), hace unos meses sumé a la familia al “Monster”, un nuevo y más grande amplificador de guitarra “Laney” de 25 watts a tubos y 23 kilos de peso, con el que reemplazé a mi viejo Laney de 15 watts. Además, me hice de un set de pedales individuales para reemplazar a mi multiefectos Boss.
Pero yo no fui el único en sumar peso. Culpa de la dadivosa Roatán y el dinero ahorrado durante meses de trabajo en esa hermosa isla, una vez en tierra firme nos largamos a comprar de todo. Valerio se compró su “Netbook”, una butaca para la batería y el último platillo que le faltaba: el Ridde. Y Federico, además de su “Volkswagen Vanagon” y miles de chucherías, se compró una guitarra acústica y otro amplificador de bajo, un “Ampeg Portaflex”, de mayor peso y potencia que su antiguo Ampeg (el tipo ahora viaja con dos amplis de bajo que suman como 300 watts y más de 50 kilos entre los dos...que tal!).
Pero lo chistoso fue que en el momento en el que llegamos a tener el equipo de guitarra, bajo y batería soñado, el mejor que hayamos tenido en nuestras vidas, fue el peor momento de la banda. Como les contábamos en la entrada anterior, en Antigua fuimos de mayor a menor, arrancando con todo, tocando todos los fines de semanas para mucha gente, y terminamos tocando una vez cada quince días para unas pocas personas.
Había que irse pa’ otro lado, buscar nuevos horizontes más prósperos para trabajar, como hacían los artesanos. Si para nosotros hay un indicador de los lugares a los que hay que ir, de los lugares que están buenos y donde se puede hacer “pisto”, ese indicador son los artesanos. Y todos los artesanos viajeros que conocimos en Guate estaban unos días en Antigua y se escapaban enseguida para México, en donde veían más posibilidades laborales. Pero a nosotros nos retrasaba una bendita grabación que nunca terminamos.

Colección "Retratos de La Antigua", por Federico Borges.
 
 
 
 
 
Buscando una salida
Tuvieron que pasar más de tres meses en Antigua para que finalmente dieramos con el estudio indicado y grabáramos la batería y las congas de "Latinoamericano". Ahora había que arreglar y cuantizar lo grabado para poder seguir adelante grabando de forma casera el bajo, la guitarra y las voces.
La espera, encerrado en mi casa de Jocotenango, era insoportable. Casi sin tocar en vivo, lo más excitante de mi semana era mirar “The Big Bang Theory” en el Warner y los partidos de Boca cada miércoles y domingo. Aburrido de no tocar, me dispuse a crear otras opciones para hacer algo interesante. Comenzé a dar clases de guitarra, aunque solo llegué a tener una sola alumna, una señora de Estados Unidos que me pidió que le enseñe algunos ritmos. Y todos los miércoles me iba a tocar al "Open Mic" del "Rainbow Café", en donde me hice amigo del Guicho, un excelente guitarrista con el que compartiríamos escenario en diferentes oportunidades.
 
 
Pero lo que ocupaba mi cabeza por aquellos días era otra cosa. Alentado por nuestro amigo Germán (que tocaba solo casi todos los días) y por Federico (que andaba preparando su show solista), salí a ofrecer mi propio show, preguntando en todos los bares y restaurantes de la Antigua. Era un desafío personal que tenía pendiente desde hacía tiempo. De los “desafíos” siempre he aprendido mucho, aun en el fracaso. Después de plantearse un objetivo e intentar alcanzarlo, uno siempre termina un paso delante de donde estaba, aún cuando no se haya alcanzado eso que se buscaba. Y la idea de no depender de nadie, solo de mí mismo, y armar un showsito de guitarra acústica y voz que se pueda vender fácilmente, era más que atrayente.
Pero mi experiencia como solista era casi nula. Siempre había tocado con, por lo menos, un percusionista. Y ese percusionista siempre había sido nada menos que Valerio, un músico excelente que le aportaba mucho ritmo y estilo a las canciones que yo cantaba y tocaba en la guitarra. Aunque una vez había tocado solo. Sí, una noche en el Cuzco; en el bar de “Magalí”, para ser más precisos. Valerio había ido a Lima a ver a Charly García y no había podido llegar a tiempo para el show que teníamos que dar esa noche. Y yo me obligué a tocar de todos modos (esa ha sido una fórmula que he venido usando contra el miedo: tratar de enfrentar y hacer todo lo que me resulte difícil).
Tres años después, me llegó la llamada del universo para salir a la cancha. Salté de la cama y atendí el teléfono. Era la italiana dueña de la confitería y panadería “Pan y Fantasía”:
 
-Hola ¿Lisandro?
-Sí- le contesté medio dormido.
-Me dijo “Angie” que tu tocas guitarra.
-Sí, sí ¿Porqué?
-Necesito un show para esta noche, que tenemos una fiesta de cumpleaños.
-Ah, ok ¿Quieres que toquemos con la banda?
-No, solo tú. El lugar es muy pequeño.
 
Unas horas después, salí para “Pan y Fantasía” sin haber preparado nada. "Ah, no puede ser tan diferente que tocar con la banda", me dije a mí mismo como para tranquilizarme. Pero enseguida vino mi primer sorpresa: los comensales, que ya estaban sentados en sus mesas, eran unas treinta señoras de la clase alta guatemalteca de entre 50 y 70 años. Esto se ponía cada vez más difícil, porque además de ser la primera vez que tocaba solo, me enfrentaba a un tipo de público que no era el de siempre. Saludé a la agasajada, que esa noche cumplía 67 “pirulos”, y le pregunté qué quería que tocara. “Y si te sabes algunos boleros…”, me contestó la doña. “Uy, uy, uy, boleros…la puta madre”, pensé. “Eh...sí, puede ser”, le contesté bastante dubitativo, aunque no me sabía ni un bolero.
Llegó la hora de tocar y me senté con la guitarra frente a las señoras que esperaban ansiosas la música. Además de miedo, me invadió un sentimiento de soledad tremendo: me sentía desprotegido, desnudo, como en uno de esos sueños. Ahora no tenía la coraza de la banda que me protegía: no estaba ni el swing de Valerio, ni el bajo y los coros embellecedores del “Negro”. Además, no tenía ni las canciones. Iba a tener que improvisar, tocar algo parecido a un bolero o canciones que gusten a la gente grande. No podía tocar Manu Chao ni Bob Marley, ni ninguna canción que hable de la marihuana.
En ese momento, se me vino a la cabeza el tango, lo más parecido a un bolero que, tal vez, podría tocar. Alguna vez, cuando hacía solo unos días que habíamos empezado a viajar, nos pusimos a preparar unos tangos con Valerio. Ensayábamos en el “malecón” de Viña del Mar, con una gorrita puesta en el piso, por las dudas si a alguien se le caía un billete. Por ese entonces, teníamos la convicción de que el tango nos iba a salvar más adelante. Todavía ni nos imaginábamos que “Matador” nos iba a dar de morfar durante más de tres años (lo más justo sería que le pasemos unos pesos a Flavio Cianciarulo, ahora que no están tocando los Cadillacs). Pero con el pasar de los días y los kilómetros nos fuimos dando cuenta de que en los circuitos de bares y boliches nocturnos donde nos movíamos la gente quería divertirse, bailar y pasarla bien mientras se emborrachaban y se pegaban unos nariguetazos de coca. Así que el repertorio pasó a ser otro y los tangos quedaron olvidados.
Ahora, de repente, los tangos volvían de mi subconciente. Repasé un poquito los acordes antes de tocar y ahí estaban de vuelta “Como dos extraños”, “Volver”, “El día que me quieras”. Pero como estaba demasiado nervioso, empecé con algo bien conocido y fácil para mí (no vaya a ser cosa que la cague en el primer tema): Ah, viejo y querido Bob Marley…como rinden tus canciones! Ahí nomás agarré un poco de confianza y me largué a tocar un mix de Tango, Bossa y los Beatles que no podía fallar. Al final, terminaron todos bailando y yo tocando lo mismo de siempre: “El cuarto de Tula”, “Chan Chan”, “El Pescador” y, para terminar, claro que sí: “Matador, matador…”
 
 
Con el Boro y Germán.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Mi debut como solista en el cumple N°67 de la doña.


Dedicado a nuestro amigo "Fifiu", por esas cenas que nos preparabas, por la sabiduría que nos dejaste y los momentos que compartimos en Montezuma.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Guatemala(s)


Nuestra historia en “Guate” comienza en la Antigua, una preciosa ciudad colonial de callecitas empedradas, casitas de colores y numerosas iglesias al estilo barroco, ciudad que en su tiempo de esplendor llegó a ser la capital de centroamérica y considerada entre las más lindas de hispanoamérica.
Llegamos a esta ciudad con muchísimas expectativas, especialmente por todo lo que nos habían hablado sobre su hermosura y su enorme vida nocturna, supuesta "meca" de la música en vivo de Centroamérica. Así que la emoción era enorme al llegar a la Antigua, en donde nos estaba esperando el Boris, un amigo que hiciera mi hermano en su paso por estos pagos hace unos años. El “Boro”, un tipazo con el que trabaríamos una gran amistad y que se ha movido muchísimo para ayudarnos, nos condujo a la casa del Zac, un amigo suyo que tenía lugar para alojarnos en su morada de Jocotenango.
El mítico Jocotenango, cuna del héroe nacional “Ricardo Arjona” (hay hasta una calle con su nombre), a solo diez minutos de la Antigua, fue el lugar que nos acogió en nuestros primeros días en Guatemala. Un pueblo tranquilo, alejado de los gringos y de la movida turística de Antigua, fue el lugar perfecto para descansar después de tanto viaje: Valerio y Federico volvían de su aventura por México para ver a Paul McCartney, y yo venía de tocar con los hippies en el lago Atitlán. Hacía más de un mes, desde Roatán, que no parábamos de viajar.

El "Boro", bostero de alma.
En la Antigua, Kutimba arrancaba con todo. Después de nuestro primer show en el bar “Angie Angie”, nos empezaron a salir shows en los bares más grandes y conocidos de La Antigua: “Cielos”, “La Sala” y “El Chamán”, todos a casa llena. El panorama era más que alentador ya que, además, se venía la temporada de turismo europeo de julio y agosto. Así que decidimos establecernos en Antigua por un tiempo y nos conseguimos nuestros respectivos hogares temporales: yo me alquilé una casa con Gisella en Jocotenango (la misma en donde vivieran mi hermano y el "Raulo"), y los chicos se consiguieron un cuarto en Antigua.
En el medio llegaba mi vieja a visitarme, por cuarta vez en el viaje, y nos íbamos a hacer el tour guatemalteco obligado: pasamos por el lago Atitlán, donde me volví a encontrar con mi amigo Javier para tocar en el "Cocos Bar" de San Pedro; de ahí nos fuimos al enorme y colorido mercado artesanal de Chichicastenango y, finalmente, a las impresionantes ruinas mayas de Tikal en el selvático y caluroso departamento del Petén.

El Lago Atitlán.

Gisella en Tikal.
 
Mamá y el Theo.
De vuelta en la Antigua, todo parecía indicar que nos iban a llover los contratos. Pero, a la inversa de lo que ocurre la mayoría de las veces que llegamos a un nuevo lugar, cuando empezamos de abajo, con poco trabajo y, a medida que la gente nos va conociendo, van saliendo cada vez más toques, en la Antigua todo se fue diluyendo inexplicablemente. De repente, estábamos tocando una vez cada quince días, con shows que terminaban con solo dos o tres personas en el público, y ganando 300 quetzales por show para toda la banda (unos 35 dólares). Nunca, en tres años y medio de viaje, nos había ido tan mal.
La temporada bajísima de mayo y junio, la supuesta levantada turística de julio y agosto que nunca llegó, y las lluvias que no pararon jamás, fueron factores determinantes que afectaron muchísimo nuestro trabajo. Pero había algunos contraejemplos que socababan nuestras teorías apocalípticas sobre la Antigua.
German y Gastón, dos amigos músicos argentinos, la estaban "levantando con pala" en la Antigua, tocando como solistas casi todas las noches. Con solo la voz y la guitarra como herramientas, conseguían trabajo enseguida en la infinita cantidad de bares y restaurantes que alberga la ciudad, lugares pequeños, más apropiados para un solista que para el estruendo de una banda con bateria y guitarra eléctrica. Además, los bares tenían que desembolsar mucho menos dinero para pagarle a una sola persona que a una banda completa.
Para agraviar nuestra situación, dos de los tres o cuatro bares que tenían bandas todos los fines de semana tuvieron que cerrar sus puertas o suspender la música en vivo debido al acoso de uno de los enemigos acérrimos del músico: la policía municipal. Nosotros los sufrimos en el medio de un concierto en el “Angie Angie”, en donde nos obligaron a parar la música cuando ni bien empezábamos. La amenaza de costosas multas propiciada por la policía hizo que Angie, la dueña argentina del local que fue el primero en abrirnos las puertas en Antigua -y que era una fija todos los fines de semana-, no nos pudiera contratar más.
Estábamos secos, sin un peso y sin trabajo. Los benditos ahorros que habíamos hecho en Roatán durante la temporada alta ya no existían y nuestros estómagos se tuvieron que conformar con dosis diarias de tortillas, frijoles, chuchitos y tamales, comidas populares y baratas que se consiguen en cada esquina guatemalteca. Ya ni yerba nos quedaba: un día subió de diez a veinte dólares el kilo y nos quedamos también sin mate.
Cuando todo indicaba que nos teníamos que ir pronto de Antigua y seguir camino rumbo a México, donde todos nos profetizaban un escenario mucho más esperanzador, dos “asuntos” más que importantes nos ataron a la Antigua y nos hicieron quedar mucho más de lo deseado.
 
Guatebuenas!
El negro y su "chiche" nuevo.
Lo que tal vez sea el hecho más trascendente durante estos meses de completa parálisis e inactividad fue la compra que hizo Federico de su flamante Volkswagen Kombi. Gracias a un préstamo de su hermana, el tipo se dió el gusto y cumplió uno de sus sueños, tantas veces postergado, que alguna vez casi compramos juntos para iniciar este viaje a principios del 2009. Pero el papelerío, los tramites y las idas y vueltas al mecánico todavía nos siguen retrasando la salida.
Y había otra cosa importantísima que hacía rato andábamos con ganas de hacer. Con mucho tiempo libre y con un dinero intocable que habíamos guardado especialmente, producto de las ventas del disco de Kutimba, decidimos que era el momento propicio para ponernos a ensayar y grabar unas rolas para completar nuestro EP de cinco canciones. De paso, volver al estudio tal vez serviría como empujón anímico en un momento de total falta de motivación y mucha mala onda entre nosotros.
Después de buscar varios estudios de grabación y de algunos ensayos, lo que en un principio iba a ser la grabación de cinco canciones originales terminó siendo sola la batería y las congas de “Latinoamericano” -canción que venimos tocando en vivo desde hace un tiempo-, en el estudio de la reconocida banda de reggae “Zanate N Stereo”, en el pueblo vecino de Chimaltenango, a una media hora de la Antigua.
Con la combi ya casi lista para salir a la ruta y en vísperas de terminar de grabar las guitarras, el bajo y las voces de “Latinoamericano” en mi casa de Jocotenango, ya falta poco para seguir la gira latinoamericana, con shows agendados para este 13 de septiembre en Ciudad de Guatemala y el 22 en San Pedro de la Laguna.

La plazuela de Jocotenango en días de feria.

Mi reencuentro con Javier e Isabel para hacer un poco de reggae en San Pedro.

Por las callecitas de la Antigua

Grabando la bata de nuestra nueva rola "Latinoamericano".

Con el Freddy, el perro que adoptamos en nuestra casa de Jocotenango.

El mercado de Chichicastenango.

En Tikal

Una de las majestuosas pirámides mayas de Tikal.

La loca Angie.

 



El "Nenei" Fayad grabando las campanas de "Latinoamericano".

Las chicas y sus vestimentas típicas.
 
Con nuestro amigo "El Boro".


Un Argentino en Nueva York
Y lo prometido es deuda. Nos habían pedido más videos de Kutimba en vivo y acá está. Gracias al Theo, que nos grabó durante nuestra presentación en el bar "Angie Angie" de La Antigua y nos subió a YouTube, podemos disponer de este video de buena calidad de una de las canciones más tocadas de nuestro repertorio: nuestra versión del clásico de Sting "Englishman en New York" que hemos re-titulado "Un Argentino en Nueva York". Comenten por favor y hasta la próxima entrada!

 

sábado, 11 de agosto de 2012

Un día me fui con los hippies y...

La foto presentación de "La Timba", mi banda con los hippies.

Corría el mes de mayo cuando me fui con los hippies. Bueno, en realidad, nunca supe bien qué es un hippie, porque la gente que tiene vidas que se podría llamar “normales” nos dice hippies, pero en el mundillo de los caminantes, de los locos, artesanos y de todos los que viajan por períodos de tiempo prolongados realizando alguna actividad redituable, nosotros vendríamos a ser como los “chetos” de esta subcategoría social que podríamos llamar “viajero alternativo” (a falta de una clasificación más específica).
Obviamente, "hippie" es un término relativo, pero hay algunas características que podríamos definir: "flaco, fané y descangallado", como dice el tango; "si agarra al inventor del laburo, lo faja", como dice otro tango, y puede llegar a comer todos los días arroz blanco con tal de no gastar. Eso sí, cuando hay que conseguir faso es capaz de escalar el Aconcagua en bicicleta y no escatima todos las monedas que tiene en un su bolsillo para conseguir la afamada hierva. Ah, y otro rasgo fundamental: las rastas (con dos o tres colgando de la nuca ya alcanza).
Con los hippies de esta historia nos encontramos en Roatán, aunque con Javier habíamos tenido una historia de vidas cruzadas de larga data. Después de andar por Venezuela, donde casualmente conoció a mi hermano que andaba volviendo de su travesía latinoamericana en su Ford Falcon, Javier fue para Ecuador a mediados del 2009 y estuvo tocando con su banda en la discoteca Caña Grill de Montañitas donde, un tiempo después, nosotros ocupamos con “Pachanga” la vacante que ellos habían dejado al irse. Durante los primeros meses del año siguiente, cuando llegamos a Baños de Ambato, en el centro de Ecuador, fuimos advertidos del peligro siempre latente de la deportación por trabajar en el extranjero, ya que hacía poco tiempo había sido deportada esta banda de argentinos y colombianos, como nosotros, que se nos adelantaba en el camino por unos pocos pasos en tiempo y espacio, y que nunca llegaríamos a conocer.
Durante mucho tiempo, más de un año, no supimos más nada de esos músicos trashumantes como nosotros. Hasta que una noche lo vimos parado ahí, con su boina en la cabeza y su guitarra entre las manos, presenciando el show de los todavía “Pachanga” en la discoteca “Pacífico” de Tamarido, Costa Rica. A la inversa que en otros tiempos, Javier había escuchado muchísimo de nosotros durante su reciente viaje por Colombia y Panamá, y finalmente nos conocíamos después de tantos desencuentros.
Con Javier entablaríamos una de esas relaciones tan comunes entre viajeros, amistades en un principio efímeras, pero que tal vez germinan y se profundizan tiempo después, tal vez años más tarde, en algún otro lugar del mundo (porque los viajeros nos cruzamos siempre por todos lados). Después de compartir algunas tardes de playa, porro y guitarra, nosotros seguiríamos viaje hacia el norte y él se iría rumbo al Aeropuerto de Liberia para iniciar su aventura europea.

El Javo.
Pero un año después, la vida nos juntaría nuevamente en Roatán, donde Javier se apareció como percusionista de Ñan-ta, cuarteto argentino de candombe nacido en las playas de Costa Rica y formado por músicos viajeros que se fueron conocieron en el camino. Después de Roatán,
los Ñanta, que también habían pasado por el magic-bus que nos había acogido durante un mes en Montezuma, se separarían y comenzarían a transitar caminos diferentes.
Casualmente y casi al mismo tiempo, Kutimba también se separaría temporalmente. Federico y Valerio, alentados por Germán, ex guitarrista y cantante de Ñanta, se fueron todos a México a ver a Paul McCartney, realizando la odisea de viajar miles de kilómetros desde Copán, en la frontera de Honduras con Guatemala, hasta Guadalajara en cinco días. Mientras tanto, yo me iba con Gisella hacia la Antigua Guatemala, próxima parada estipulada para nuestra gira y donde me reencontraría con los Kutimba un tiempo después.

Las callecitas de La Antigua



Recíen llegaditos en la hermosa ciudad colonial de Antigua, me topé en la calle con Javier, que andaba tocando a la gorra por los bares y restaurantes del centro. Ahí nos enteramos que Ezequiel y Cesar, los otros dos ex-Ñanta, también estaban en la Antigua, ganandose la vida tocando en los buses.
La casualidad o la “causalidad” nos reunió a todos en el Hostel “Place to Stay”, guarida de todos los locos viajeros que pasan por Antigua. Éramos cuatro músicos de dos bandas a las que Paul McCartney, sin bastarle con disgregar a los Beatles, había separado. Enseguida, les propuse a los pibes hacer algo todos juntos. Me parecia una buena idea tocar con otra gente para oxigenarme un poco musical y espiritualmente: tocar con otros músicos y convivir con otra gente, es una necesidad vital para el músico. Además, los ánimos entre los Kutimba venían en picada: después de más de tres años de tocar y vivir juntos, de estar en permanente contacto, necesitábamos un respiro.
Así fue como nació Ñatimba, mezcla de Ñanta con Kutimba, aunque después lo cambiamos a “La Timba”, por lo absurdo que nos sonaba el primer nombre. La banda quedó conformada por Javier en guitarra y voz, César en charango y voz, Ezequiel en cajón y voz, y yo, que en lugar de agregar otra guitarra, opté por el bajo -y de paso volvía a un viejo amor que había encontrado en el camino cuando tocábamos con “Pachanga”.

Show debut de "La Timba" en el "Café No Sé" de La Antigua.

La vida del hippie.

Después de dos ensayos, hicimos nuestro debut en el "Café No Sé" de La Antigua, todos muy relajados, sin ninguna presión y con el único objetivo de divertirnos. Aunque la paga fue malísima (unos 12 dólares por persona), la pasamos muy bien y decidimos seguir con el proyecto por un tiempito.
La Antigua, un lugar muy esperado por nosotros, supuesta “meca” de la música en vivo, resultó ser un lugar muy inhóspito para bandas de más de dos integrantes. La noche antigüeña está llena de cafés, barcitos y restaurantes, todos lugares pequeños más propicios para un solista, por lo que decidimos ir a probar suerte a Panajachel, otro de los puntos más turísticos de Guatemala, sobre el lago Atitlán.
A bordo de "La Chicha", la Ford Econoline con la que Javier y su novia Isabel recorren Centroamérica, llegamos al Lago Atitlán, un hermoso paraje natural rodeado de tres volcanes y pintorescos pueblitos.
Aunque resultó ser que en Panajachel, el pueblo más importante y con más movida turística del lago, pagaban menos que en Antigua (unos 10 dólares por pera, cuando teníamos suerte), vivir frente a semejante espectáculo de la naturaleza le restaba importancia a cualquier preocupación. Además, dormíamos por solo 20 quetzales (U$ 2,50) en el más que decente hostal "El Jardín", donde estábamos solo nosotros y otros artesanos amigos.

El majestuoso Lago Atitlán y sus volcanes.

Los habitantes del lago han desarrollado su propia técnica del tejido del algodón.

Los toques fueron saliendo después de varias audiciones y llegamos a tocar en el “Pana Rock” y en el “Circus Bar”, dos de los bares más famosos de Panajachel y del mundillo musical guatemalteco. Y la rumba se armaba sola en el bar "La Palapa" a pura base de cajón y bajo, más la guitarra criolla del Javo y el vozarrón del César. Aunque la paga seguía siendo muy mala, estábamos todos en la misma sintonía o vibración y solo disfrutábamos de lo que hacíamos.
La aventura hippie de "La Timba" duró poco más de una semana, pero se sintió como si llevásemos años tocando juntos. En tan poco tiempo, llegamos a tocar en algunos de los bares más famosos del país, tuvimos nuestra sesión de fotos (por pedido del "Circus Bar"), y hasta tuvimos un malentendido que degeneró en la salida de Ezequiel y el reemplazo del Tano Andrés en la percusión.
Después de esos días de paz, amor y música en el lago, cada uno volvió a tomar su camino, seguros de volver a vernos en algún otro rincón del planeta.

En el "Pana Rock" de Panajachel.


El César.







Gisella


Ezequiel y Javier.


Ultimo show de "La Timba" en el bar "La Palapa" de Panajachel.

lunes, 16 de julio de 2012

Honduras: Epílogo


Honduras fue, para nuestra sorpresa y en contra de todos los vaticinios, el país donde mejor trabajamos del viaje (seguido de cerca por Panamá). Y más allá del aspecto económico, Honduras fue un lugar muy importante de difusión de nuestra música original: fue el país donde vendimos la mayor cantidad de discos de Kutimba (120 ejemplares de la segunda edición que hicimos en Tegucigalpa).
Todo esto cobra una importancia extra si tenemos en cuenta todo lo que habíamos escuchado sobre este país antes de conocerlo. Mas allá de haber sido un país víctima de un golpe de estado tan solo tres años atrás, y con todo lo que eso implicó (restricciones a la libertad de expresión y a la libertad de prensa, asesinados y desaparecidos, etc), desde que entramos a Centroamérica la gente nos viene hablando pestes de Honduras.
Los medios de comunicación son grande propagadores de informaciones, en su mayoría falsas. Y Honduras es, para los informativos de TV de los países vecinos, el hogar de salvajes bandas delictivas llamadas “maras”, y los titulares de los diarios nos advertían que Honduras es “el país más peligroso para los periodistas” y San Pedro Sula “la ciudad más peligrosa del mundo”.
Pero nosotros, lejos de darle cabida a los medios de comunicación amarillistas centroamericanos, tenemos una fuente de información que ha sido una guía muy poderosa en nuestro viaje, que es lo que nos cuentan otros viajeros, sobre todo artesanos, músicos y toda esa gente que viaja como nosotros, sin una fecha de regreso y financiando su viaje con alguna actividad que, en muchos casos, nunca habían hecho antes, y que es fruto de las ganas de viajar y la necesidad de sobrevivir, impulsos vitales que te empujan a poner en marcha tu creatividad y a desarrollar todo tu potencial personal (como siempre decimos, para viajar y para hacer cualquier cosa en la vida, no hace falta plata, sino solo ganas, intención y deseo). Pero los “locos” viajeros también nos hablaban mal de Honduras (sobre todo, decían que era un país donde era muy difícil trabajar) y cruzaban el país en la menor cantidad de días posibles.


En las ruinas mayas de Copán

En la isla de Roatán

Buceando entre corales y tortugas en Roatán

Por suerte, hicimos caso omiso de toda advertencia (si hubiéramos hecho caso a todos los que nos decían que un lugar era peligroso, no salíamos de casa). Porque en Honduras conocimos uno de los lugares más lindos que hayamos visto, como la isla de Roatán. Y vivimos cosas insólitas, como firmar autógrafos en un pedazo de servilleta en Tegucigalpa, hacer bailar con nuestra canción “Latinoamericano” a un grupo de marines del ejército norteamericano que había peleado en Irak y Afganistán, tocar en un escenario montado en el parking del mall de Coxen Hall en Roatán, y la lujosa mini gira kutimbera “Roatán-San Pedro Sula-Copán”, parando en hoteles de primera clase, con comidas incluidas, todo pagado por los bares que nos contrataban.
Honduras fue todo esto y mucho más, por eso le vamos a estar eternamente agradecidos a este hermoso país y a su gente. Pero basta de chácharas. Esta entrada, además de servir como una especie de reflexión sobre todo lo que vivimos en Honduras por casi cinco meses de nuestras vidas, era más que nada una excusa para mostrarles unas lindas fotos (la mayoría de Federico) que nos habían quedado por ahí. Esperemos que les guste esta entrada, especialmente dedicada a los que pedían más fotos (Justina, Nacho y Rodrigo), y ya se viene la próxima entrada con todo lo experimentado en otro país fascinante: Guatemala.

En el Vía Vía de Copán


Playas paradisíacas en Roatán

Firmando autógrafos en Tegucigalpa


Atardecer en Roatán (fotazo del negro).













Tegucigalpa



Copán



El color del caribe en Roatán



El banner promocional más grande que hayamos tenido, hecho por la discoteca "Papá Chango" de Copán.



Las pibas argentinas se llevaron tres discos de Kutimba en su paso por Roatán.



Ruinas de Copán


Rumba Kutimbera en Copán.


Cartel promocional de la despedida de Kutimba de Roatán, en el Lands End Resort.



Un Valerio sesentoso en Copán Ruinas.