sábado, 11 de agosto de 2012

Un día me fui con los hippies y...

La foto presentación de "La Timba", mi banda con los hippies.

Corría el mes de mayo cuando me fui con los hippies. Bueno, en realidad, nunca supe bien qué es un hippie, porque la gente que tiene vidas que se podría llamar “normales” nos dice hippies, pero en el mundillo de los caminantes, de los locos, artesanos y de todos los que viajan por períodos de tiempo prolongados realizando alguna actividad redituable, nosotros vendríamos a ser como los “chetos” de esta subcategoría social que podríamos llamar “viajero alternativo” (a falta de una clasificación más específica).
Obviamente, "hippie" es un término relativo, pero hay algunas características que podríamos definir: "flaco, fané y descangallado", como dice el tango; "si agarra al inventor del laburo, lo faja", como dice otro tango, y puede llegar a comer todos los días arroz blanco con tal de no gastar. Eso sí, cuando hay que conseguir faso es capaz de escalar el Aconcagua en bicicleta y no escatima todos las monedas que tiene en un su bolsillo para conseguir la afamada hierva. Ah, y otro rasgo fundamental: las rastas (con dos o tres colgando de la nuca ya alcanza).
Con los hippies de esta historia nos encontramos en Roatán, aunque con Javier habíamos tenido una historia de vidas cruzadas de larga data. Después de andar por Venezuela, donde casualmente conoció a mi hermano que andaba volviendo de su travesía latinoamericana en su Ford Falcon, Javier fue para Ecuador a mediados del 2009 y estuvo tocando con su banda en la discoteca Caña Grill de Montañitas donde, un tiempo después, nosotros ocupamos con “Pachanga” la vacante que ellos habían dejado al irse. Durante los primeros meses del año siguiente, cuando llegamos a Baños de Ambato, en el centro de Ecuador, fuimos advertidos del peligro siempre latente de la deportación por trabajar en el extranjero, ya que hacía poco tiempo había sido deportada esta banda de argentinos y colombianos, como nosotros, que se nos adelantaba en el camino por unos pocos pasos en tiempo y espacio, y que nunca llegaríamos a conocer.
Durante mucho tiempo, más de un año, no supimos más nada de esos músicos trashumantes como nosotros. Hasta que una noche lo vimos parado ahí, con su boina en la cabeza y su guitarra entre las manos, presenciando el show de los todavía “Pachanga” en la discoteca “Pacífico” de Tamarido, Costa Rica. A la inversa que en otros tiempos, Javier había escuchado muchísimo de nosotros durante su reciente viaje por Colombia y Panamá, y finalmente nos conocíamos después de tantos desencuentros.
Con Javier entablaríamos una de esas relaciones tan comunes entre viajeros, amistades en un principio efímeras, pero que tal vez germinan y se profundizan tiempo después, tal vez años más tarde, en algún otro lugar del mundo (porque los viajeros nos cruzamos siempre por todos lados). Después de compartir algunas tardes de playa, porro y guitarra, nosotros seguiríamos viaje hacia el norte y él se iría rumbo al Aeropuerto de Liberia para iniciar su aventura europea.

El Javo.
Pero un año después, la vida nos juntaría nuevamente en Roatán, donde Javier se apareció como percusionista de Ñan-ta, cuarteto argentino de candombe nacido en las playas de Costa Rica y formado por músicos viajeros que se fueron conocieron en el camino. Después de Roatán,
los Ñanta, que también habían pasado por el magic-bus que nos había acogido durante un mes en Montezuma, se separarían y comenzarían a transitar caminos diferentes.
Casualmente y casi al mismo tiempo, Kutimba también se separaría temporalmente. Federico y Valerio, alentados por Germán, ex guitarrista y cantante de Ñanta, se fueron todos a México a ver a Paul McCartney, realizando la odisea de viajar miles de kilómetros desde Copán, en la frontera de Honduras con Guatemala, hasta Guadalajara en cinco días. Mientras tanto, yo me iba con Gisella hacia la Antigua Guatemala, próxima parada estipulada para nuestra gira y donde me reencontraría con los Kutimba un tiempo después.

Las callecitas de La Antigua



Recíen llegaditos en la hermosa ciudad colonial de Antigua, me topé en la calle con Javier, que andaba tocando a la gorra por los bares y restaurantes del centro. Ahí nos enteramos que Ezequiel y Cesar, los otros dos ex-Ñanta, también estaban en la Antigua, ganandose la vida tocando en los buses.
La casualidad o la “causalidad” nos reunió a todos en el Hostel “Place to Stay”, guarida de todos los locos viajeros que pasan por Antigua. Éramos cuatro músicos de dos bandas a las que Paul McCartney, sin bastarle con disgregar a los Beatles, había separado. Enseguida, les propuse a los pibes hacer algo todos juntos. Me parecia una buena idea tocar con otra gente para oxigenarme un poco musical y espiritualmente: tocar con otros músicos y convivir con otra gente, es una necesidad vital para el músico. Además, los ánimos entre los Kutimba venían en picada: después de más de tres años de tocar y vivir juntos, de estar en permanente contacto, necesitábamos un respiro.
Así fue como nació Ñatimba, mezcla de Ñanta con Kutimba, aunque después lo cambiamos a “La Timba”, por lo absurdo que nos sonaba el primer nombre. La banda quedó conformada por Javier en guitarra y voz, César en charango y voz, Ezequiel en cajón y voz, y yo, que en lugar de agregar otra guitarra, opté por el bajo -y de paso volvía a un viejo amor que había encontrado en el camino cuando tocábamos con “Pachanga”.

Show debut de "La Timba" en el "Café No Sé" de La Antigua.

La vida del hippie.

Después de dos ensayos, hicimos nuestro debut en el "Café No Sé" de La Antigua, todos muy relajados, sin ninguna presión y con el único objetivo de divertirnos. Aunque la paga fue malísima (unos 12 dólares por persona), la pasamos muy bien y decidimos seguir con el proyecto por un tiempito.
La Antigua, un lugar muy esperado por nosotros, supuesta “meca” de la música en vivo, resultó ser un lugar muy inhóspito para bandas de más de dos integrantes. La noche antigüeña está llena de cafés, barcitos y restaurantes, todos lugares pequeños más propicios para un solista, por lo que decidimos ir a probar suerte a Panajachel, otro de los puntos más turísticos de Guatemala, sobre el lago Atitlán.
A bordo de "La Chicha", la Ford Econoline con la que Javier y su novia Isabel recorren Centroamérica, llegamos al Lago Atitlán, un hermoso paraje natural rodeado de tres volcanes y pintorescos pueblitos.
Aunque resultó ser que en Panajachel, el pueblo más importante y con más movida turística del lago, pagaban menos que en Antigua (unos 10 dólares por pera, cuando teníamos suerte), vivir frente a semejante espectáculo de la naturaleza le restaba importancia a cualquier preocupación. Además, dormíamos por solo 20 quetzales (U$ 2,50) en el más que decente hostal "El Jardín", donde estábamos solo nosotros y otros artesanos amigos.

El majestuoso Lago Atitlán y sus volcanes.

Los habitantes del lago han desarrollado su propia técnica del tejido del algodón.

Los toques fueron saliendo después de varias audiciones y llegamos a tocar en el “Pana Rock” y en el “Circus Bar”, dos de los bares más famosos de Panajachel y del mundillo musical guatemalteco. Y la rumba se armaba sola en el bar "La Palapa" a pura base de cajón y bajo, más la guitarra criolla del Javo y el vozarrón del César. Aunque la paga seguía siendo muy mala, estábamos todos en la misma sintonía o vibración y solo disfrutábamos de lo que hacíamos.
La aventura hippie de "La Timba" duró poco más de una semana, pero se sintió como si llevásemos años tocando juntos. En tan poco tiempo, llegamos a tocar en algunos de los bares más famosos del país, tuvimos nuestra sesión de fotos (por pedido del "Circus Bar"), y hasta tuvimos un malentendido que degeneró en la salida de Ezequiel y el reemplazo del Tano Andrés en la percusión.
Después de esos días de paz, amor y música en el lago, cada uno volvió a tomar su camino, seguros de volver a vernos en algún otro rincón del planeta.

En el "Pana Rock" de Panajachel.


El César.







Gisella


Ezequiel y Javier.


Ultimo show de "La Timba" en el bar "La Palapa" de Panajachel.