jueves, 10 de enero de 2013

La última gira

Brindemos muchá!

“Lo que termina, termina”, reza un antiguo proverbio hindú. Lo nuestro ya había terminado hace rato pero, tal vez por una cuestión nostálgica o de conveniencia e interdependencia económica, nosotros nos empeñábamos en darle una sobrevida sin sentido, cargando con un muerto al que ya teníamos que enterrar. Kutimba o, más ampliamente, nuestro viaje musical como proyecto conjunto ya había muerto mucho tiempo atrás, tal vez desde que Mauricio, nuestro compañero de viaje que estuvo casi desde el principio de todo esto, dejara la banda y decidiera quedarse en Costa Rica.
Todo en la vida cumple ciclos. Y este ciclo, tan importante en nuestras vidas, se terminó un 21 de octubre del 2012 en Guatemala. Nos anticipamos dos meses exactos al 13 b'aktum, el famoso cambio de ciclo o ese supuesto fin del mundo del que los mayas nunca hablaron. Pero antes dimos nuestro último “yiro” por Guatemala, corazón del mundo Maya, un país que me atrapó y que todavía no me deja abandonarlo. Ciudad de Guatemala, San Pedro La Laguna, Panajachel y nuestro último concierto en San Marcos: esta es nuestra última historia.


La ciudad capital y el toque de los 3000 quetzales
Desde que llegamos a Guatemala, todo el mundo nos decía que teníamos que ir a probar suerte a la capital. “En la Ciudad la hacen”, era una frase que escuchábamos con frecuencia. Casi obligatoriamente, teníamos que encontrar la manera de llegar a la gran ciudad, donde estaba toda la movida musical del país y la famosa Zona 1, epicentro de la música en vivo guatemalteca.
A pesar de estar a solo unos 40 minutos de La Antigua, lugar que nos acogió durante cuatro meses, llegar a tocar a la capital no era tan fácil. Mudarse a esa ciudad enorme, la urbe más grande de Centroamérica, pagando noches de hotel con el poco dinero que nos quedaba, para estar una o dos semanas buscando un lugar que nos pague por tocar, era algo que no nos atraía para nada. Necesitábamos de un contacto que nos haga el “enganche” con la capital y nos ponga a tocar directamente.
La oportunidad llegó un día mientras tocábamos en “El Chamán” de La Antigua. Un animado grupo de personas, sentado en una mesa próxima al escenario, comenzó a pedir canciones y a regalarnos cervezas y tragos de ron que nos introducían en la garganta entre tema y tema. Cuando el show terminó, nos pusimos a charlar con esta gente que terminó siendo un selecto grupo de la capital, entre los que se encontraba la sobrina de Ricardo Arjona y Andresito, el gerente de la distribuidora más importante de bebidas alcohólicas del país. Después de contribuir a nuestro gradual intoxicamiento con alcohol, Andrés se ofreció a pagarnos por una hora más de música y, al final de la noche, nos invitó a tocar en un importante evento que estaba organizando en la capital. Por dicho show, que serviría para animar la velada en donde Andrés y la distribuidora Marte presentarían el nuevo vodka "Ketel One", nos embolsaríamos 1000 quetzales para cada uno (125 dólares), el equivalente a lo que gana un guatemalteco promedio durante quince días de entre ocho y días horas diarias de trabajo. Magia pura y una bocanada de oxígeno después de los días de miseria que estábamos pasando en Antigua, en donde habíamos bajado nuestro caché de 1200 quetzales a 300 para toda la banda.
El viaje a Guate era, además, el debut de la “Chata” (la Volkswagen que se había comprado el negro) en un viaje en ruta y, cómo era de esperar, le iba a costar muchísimo. Salimos a la una de la tarde y llegamos a las ocho de la noche, en un viaje que normalmente no pasa de entre 30 o 40 minutos, y casi perdemos el trabajo más importante del año (tal vez del viaje, porque no recuerdo haber ganado nunca esa suma de dinero).
La gente del refinado restaurant “Nokiate” de la zona 10 respondió fríamente a nuestra música pero, al parecer, a los dueños le gustó el show y nos contrataron para la semana siguiente. Claro, por menos dinero, pero que igualmente era el triple de lo que ganábamos en Antigua.
Nuestra aventura capitalina no fue lo que esperábamos como banda (tocar en un restaurant nunca es muy atrayente), pero nos “salvó las papas” en medio de una temporada baja económicamente desastrosa para nosotros.
 

San Pedro Vs Panajachel: “El Clásico del Lago”
 
El Lago Atitlán, con la montaña "Nariz del Indio" de fondo.

Llegar a San Pedro La Laguna fue como volver a nacer. Después del embotamiento y la parálisis de Antigua, tanto tiempo de encierro y pocas emociones, llegar a ese hermoso pueblito al pie del volcán, sobre el Lago Atitlán, y tocar a las pocas horas de haber llegado, fue volver a sentirse vivo. Eso es lo lindo de viajar: cuando uno se mueve hacia otro lugar, todo se transforma en algo novedoso y las rutinas agobiantes del pasado se desploman. Y como reza el dicho de los viajeros “la suerte es amiga del movimiento”, nuestro show debut en el Buddha Bar de San Pedro fue más que bueno. Por fin, volvíamos a sentir esa energía arrolladora que tenía “Kutimba” en vivo, energía heredada de nuestra antigua banda “Pachanga”, y que venía amenazando con desaparecer. Mike, el gringo dueño del “Buddha”, y otros dueños de bares y restaurantes que estaban allí, quedaron encantados con la banda y nuestra agenda para la semana entrante quedó completa: teníamos shows todos los días, desde el martes hasta el domingo, que incluían presentaciones para Kutimba el fin de semana, un acústico con Valerio y mi show solista.
Mientras Federico decidió volver a la Antigua para regresar a tocar recién el viernes, yo decidí quedarme en ese lugar que ya me había maravillado meses atrás, cuando estábamos dando vueltas por el lago con mi vieja y pasamos una noche en el pueblo. Con Gisella, alquilamos una habitación en una casa de unos autoproclamados hippies gringos en la que pagábamos 10 quetzales la noche (U$ 1,25). Valerio, por su parte, se cruzó a Panajachel, del otro lado del lago, donde tenía alojamiento gratuito y tocaba con nuestro amigo Germán los jueves.
 
Las chicas del lago, a punto de darse un chapuzón.
 
Acústico con Faiad en "Casa Atitlán", San Pedro.
 

San Pedro y Panajachel son los lugares con más movimiento turístico del lago, pero difieren en muchos aspectos. La diferencia más importante tal vez sea el idioma: en San Pedro se habla la lengua originaria T’Zutujil, mientras que en Panajachel se habla el K’akchiquel. Pero el argumento más importante que esgrimen los "sanpedristas" -y diferencia sustancial entre ambos pueblos, según ellos- es lo auténtico y la "buena onda hippie" de San Pedro.
Según cuentan, años atrás los hippies se mudaron de Panajachel a San Pedro por el gran crecimiento turístico y comercial de “Pana”. “San Pedro es lo que era Pana hace quince años”, me comentaban los sanpedristas, haciendo referencia a una supuesta autenticidad que conserva San Pedro, alejado del turismo masivo. Yo estuve en Panajachel hace quince años y pueda dar fe de que esto es verdad. Panajachel era un pueblito de calles de tierra, lleno de hippies y con una onda bohemia que hoy no existe. Actualmente, Pana es una ciudad llena de carros y Tuc-Tucs (mototaxis importadas de la India, muy populares en Guatemala), negocios por todos lados y ruidos ensordecedores de discotecas que por la noche compiten para ver quien tiene más fuerte la música. Es, junto con Tikal y Antigua, el lugar de “Guate” más visitado por los turistas y explota los fines de semana, cuando muchísima gente de la capital se vuelca hacia el lago a pasar unos días de fiesta.
Pero, más allá de las apariencias, San Pedro también dista de ser el paraíso hippie pregonado por sus habitantes extranjeros. A parte de sus pintorescas callecitas, donde no pasan los autos, y la ausencia de carreteras que conduzcan al pueblo -lo que le da un cierto aire de población indígena no contaminada por la cultura occidental y de ciudad-, San Pedro no tiene nada de hippie. Más que nada, es un guetto de gringos e israelitas en donde pueden aislarse del turista convencional y hacer lo que se les plazca. En San Pedro no hay restricciones para el extranjero con dinero, que bajo un disfraz hippie-budista controla todo lo que tenga que ver con el turismo: hoteles, restaurantes, bares y cualquier cosa que genere un rédito económico. Y, obviamente, los indígenas locales obtienen como única ganancia de la industria del turismo -que crece cada día- el irrisorio salario de entre cuatro y siete quetzales la hora, entre 0.50 y 0.90 centavos de dólar por una hora de arduo trabajo cortando el pasto, cocinando o limpiando la mierda de los gringos.
Esos son los hippies de San Pedro. “Hippies” que le faltan el respeto a la cultura budista poniéndole el nombre de “Buda” a un lugar de expendio de alcohol, en donde tuve que ver como los hippie-budistas reventaban a trompadas de a tres a un borracho. Hippies que echan de sus bares y hoteles a gente que tenga la piel oscura o “feo aspecto”. Como a mi amigo “Tres”, conocido músico trashumante guatemalteco, al que había invitado a tomar mate y a compartir un poco de música en la terraza de la casa en donde me alojaba. Los dueños de la casa, unos gringos que se presentaron como “hippies” la primera vez que los saludé, lo echaron de la casa porque no lucía bien y no era confiable. Claro, andaba en “patas”, tenía un olor a “chivo” terrible y una cara de guatemalteco que se le caía. Pero el “Tres” era un tipazo, que se ganaba la vida “mangueando” con su guitarrita y sus canciones originales en los restaurantes de San Pedro, un verdadero hippie.
Al cabo de una semana, nuestro affaire con los dueños de la movida nocturna de San Pedro se había terminado y Kutimba no tuvo más lugar. Yo, sin embargo, me quedé casi un mes tocando solo o en formato acústico con Valerio, que venía de vez en cuando. De a poquito me fui desencantando de San Pedro y su onda pesada y oscura. Finalmente, nos mudamos todos a “Pana” de forma definitiva.

Por las callecitas de San Pedro
                
"Nina", la perrita que encontramos por las calles de San Pedro y adoptamos con Gisella.
                              
Con el Boro y su familia en la "Chata", cuando ya estaba destinada a la venta.
                                              
El último concierto
En Panajachel nos encontramos con muchísimo más movimiento y una atmósfera nocturna de bares y música en vivo mucho más importante. “Pana” está lleno de músicos y tiene música en vivo todas las noches, lo que transforma a esta ciudad en una plaza obligada para cualquier banda que se de digne de tocar en Guatemala. Pero a Kutimba no le sería fácil arrancar en Pana y, de hecho, nunca arrancaríamos.
Nuestro debut en Panajachel ya estaba agendado para uno de los primeros viernes de octubre en el restaurant Atlantis, pero Federico no pudo llegar desde Antigua y tuvimos que improvisar un acústico con Valerio que ya de movida arrancó mal. Empezamos 40 minutos más tarde de lo pautado por la dueña alemana del lugar y, como era de esperar, a la señora no le gustó nada (si un alemán te dice a las 9:00 es a las 9:00, ni cinco minutos más ni cinco menos) y se nos cerraba una puerta importante.
Mientras buscábamos algún otro bar para el debut de Kutimba en “Pana”, salió un toque en otro de los hermosos pueblos del lago: San Marcos. El más pequeño y tranquilo de los pueblos que conocimos a la vera del Lago Atitlán, tiene una onda más espiritual, con muchos centros de meditación y yoga, chamanes y rituales mayas.
La tranquilidad de San Marcos, que casi no tiene bares ni movida nocturna, se vio interrumpida por el estruendo de Kutimba en el restaurant “El Giardino” y lo que sería nuestro último concierto. Una discusión más antes de empezar a tocar puso en evidencia, por enésima vez, la mala onda que había entre nosotros. Ya no disfrutábamos de lo que hacíamos, no nos divertíamos tocando juntos y no nos bancábamos más. Había que terminar con esta fuente de malestar que veníamos arrastrando desde hacía mucho tiempo pero que nos animábamos a cortar, tal vez por esa interdependencia que sentíamos al estar los tres solos y tan lejos de casa, necesitando del otro para morfar y seguir adelante. Después de tres años y siete meses tocando y viajando juntos, un domingo 21 de octubre, al otro día del show de San Marcos, decidimos terminar con Kutimba.
 
 
No es el fin del mundo

La nueva banda "Tres Conejos"
Los mayas nunca hablaron del fin del mundo. Esa fue la historia que nos contó Hollywood y gente interesada en sacarle un rédito económico a todo esto. Los mayas hablaron de cambios que tienen que ver con el orden vibratorio del universo y que terminarían poniéndole fin a una era para comenzar algo nuevo. Como nos pasó a nosotros.
Los pibes (Federico y Valerio) hacía rato que convivían con Germán, un músico argentino que se hartó de sus compañeros de grupo y decidió empezar a tocar solo. Esas cosas de la vida lo hicieron coincidir con nuestro viaje y se vino con nosotros desde Roatán a Antigua, donde convivió con Valerio y Federico durante cuatro meses, después de que todos juntos volvieran de ver a Paul McCartney en México. En Panajachel nos volvimos a encontrar con Germán, que les había conseguido alojamiento gratuito para Fede y Valerio en una casa tremenda!
La causalidad lógica y el fluir natural de las cosas los llevaría a seguir tocando los tres juntos. Guitarrista, cantante y músico excelente, fanático de los Beatles, Germán ya había empezado a tocar con Valerio todos los jueves en el restaurant “Atlantis”. Cuando cortamos con Kutimba, sumarían a Federico e iniciarían una nueva etapa en sus vidas, con su nueva banda “Tres Conejos”. 
 
Laburando como violero por la noche de "Pana".
Yo andaba caminando una noche por Panajachel (todavía no habíamos decidido dejar de tocar con Kutimba) cuando me paró por la calle un señor de unos 50 y pico de años, vestido todo de negro y con zapatos de mujer. Cuando me detengo y lo miro fijamente, lo pude reconocer: era un músico que había tocado después de un show acústico que habíamos dado con Valerio en el “Circus Bar”. El tipo tocaba la batería y, al mismo tiempo con la mano izquierda, tocaba el bajo en un teclado. A Raúl le había gustado lo que hacíamos y me invitó a tocar con él y su baterista en un show que tenía que dar en un hotel cinco estrellas la noche siguiente. “Dale, de una… ¿cuándo te parece que peguemos un ensayito o repasemos las canciones?”, le pregunté. “Noo, así nomás. Vos tenés que improvisar nomás”. Y así, con lo puesto, me mandé a tocar en el “Porta Hotel del Lago”, en donde amenizábamos una cena para cientos de japoneses. Las cosas salieron más o menos bien y Raúl me llamó unos días después para volver a tocar con ellos en otro lado. Hasta el día de hoy sigo tocando con ellos, todos los días, sin haber ensayado jamás.
Por otro lado, comenzé a encontrar trabajo como guitarrista para diferentes músicos de Panajachel, como el pianista alemán Chris Jarnach y la cantante "Patza". Y hasta llegué a tocar villancicos de navidad en la plaza principal de "Pana" con Dulce Mogollón, una cantante que nos contrató para la ocasión. Y unos días más tarde, en el pueblo cercano de Sololá, le pusimos música a una "pastorela", algo así como una representación teatral del nacimiento del niño Jesús, organizada por la iglesia católica. Mientras tocaba "El Burrito Sandunguero", me reía solo, pensando en la situación en la que me encontraba, algo que jamás se me hubiera cruzado por la cabeza que haría.

Mis nuevos compañeros de banda: Raúl "El Vampiro" Fuentes (teclados, bajo) y Devaki (Batería).

Se había terminado mi permiso de permanencia en Guatemala y tenía que decidir qué hacer. Con el ciclo Kutimba terminado definitivamente, me parecía absurdo seguir viajando con los chicos, solo para aprovechar el "jalón" en la Combi del negro. Después de pensarlo mucho, decidí hacerle caso a los guiños que me dió la vida, renovar mi visa y quedarme acá, en Panajachel. Aquí encontré, además de mucho trabajo y la posibilidad de crecer como músico y guitarrista, la tranquilidad mental y espiritual en un lugar hermoso y con muy buena vibra.
La noche anterior a la partida de los chicos hacia México, repartimos algunas cosas que teníamos en común y unos pesos que nos quedaban de las ventas del disco, y con un abrazo cerramos una etapa. Una etapa que teníamos que cerrar para que se abran otras más que prometedoras. No es el fin del mundo, es el comienzo de algo nuevo, de algo mejor para cada uno de nosotros.
 
 
 
Solo en el Atlantis Bar. 

Pegamos yerba loco!!
 
Se vislumbra una carrera solista?
 
Acústico con Germán en el "Clover" de San Pedro
En el "Nokiate" de Guate.

Mi amigo el "Tres".

En el Hotel Porta del Lago, con el debut de Gisella en conga.

Con Andresito querido, gerente de la distribuidora "Marte".

La familia "unita", en San Marcos.
 
En el Atlantis con el pianista Alemán Chris Jarnach.
 
En el stand de promoción del nuevo Vodka "Ketel One" en Ciudad de Guatemala.

Y nos quedan los recuerdos nomás! Nos vamos con este videíto que nos quedó, de una canción muy especial. Una canción que tuve el privilegio de escuchar su primer esbozo, en un cuarto de hotel de Baños de Ambato, Ecuador, cuando me mostró su riff de guitarra caribeño nuestro queridísimo Javier Toro. A partir de ahí, comenzamos a trabajar la canción con "Pachanga", aquella banda que empezó como una joda, como una excusa para prolongar la fiesta de la noche cuzqueña, y que terminó siendo nuestro proyecto musical más serio. A nuestros queridos amigos colombianos: Javier, Mauricio y el Negro!
 

 
 
 
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