lunes, 27 de julio de 2009

Dos días en la vida

*Rockeando el Km Cero con Pachanga


I. “Tanta alegría seguida nos va a hacer mal”


Me levanto como a las diez de la mañana. Ya mi reloj biológico me despierta siempre alrededor de esa hora, a la que me he visto forzado a levantarme para poder ducharme todos los días. En el barrio de San Blas, arriba del cerro, la presión de agua se corta entre las diez y media y las once de la mañana, dejándonos sin agua hasta las 4 de la mañana del día siguiente. Valerio duerme. Los nativos lo han bautizado “Moqueua”, que significa “vago” en quechua, por sus largas horas de reposo en su lecho. Desayuno mi pan con palta y huevo frito, y el infaltable tesito. Como tenemos que hervir el agua para tomarla del grifo, ya solo tomamos té en lugar de agua, que también nos ayuda a palear un poco el frío.
Hoy es un domingo soleado, parece un día normal, como todos. Todos los días son hermosos en Cuzco. No ha llovido una sola vez desde que llegamos hace tres meses. !Uy! Me había olvidado: hoy no es un día común y corriente. Hoy toca Pachanga. Hoy hay fiesta. Cada domingo con Pachanga es único. Se despliega tanta energía arriba y abajo del escenario que hace de cada noche una velada inolvidable. Desde que entramos a la banda la popularidad del grupo ha crecido en Cuzco, y a nuestro domingo en el bar Km Cero, hemos sumando el miércoles en el Illapa, el viernes otra vez en Km cero, el sábado en Wuachuma y otra fecha el domingo en Hierba Buena. Además tenemos el galardón de ser la banda que más público femenino atrae. Tenemos las estadísticas que lo comprueban!
Lo levanto a Valerio. Tenemos que ir a ensayar la última composición de Pachanga, y la primera en la que participamos nosotros. Mauricio y el negro, dos de los tres colombianos de Pachanga, me enseñaron una letra que habían escrito en una de las tantas noches de borrachera cuzqueña. Era una letra dedicada al Pibe Valderrama, y solo tenían una vaga idea de la melodía y del ritmo. Querían hacer una cumbia colombiana llena de tambores y percusión, a lo “Totó La Momposina”. La idea me encantó desde el primer momento, y enseguida nos pusimos a trabajar en eso. Ese día terminamos la canción entre todos, y los hijoeputas (como dicen ellos), me dieron para cantar una estrofa que dice:


“Del 90 al 94, mi selección,
Recordamos un 5 a 0, mi selección…”


Llegó la noche. Las noches en Cuzco sí que son diferentes todas. Nunca sabés como vas a terminar. “La noche está buena porque es cuando la realidad descansa”, me dijo un amigo. Y la gente siempre es más abierta y honesta a la noche, cualidades energéticas del alcohol. La noche es nuestro tiempo de trabajo, y en este punto me ocurre algo muy raro: nuestro tiempo de ocio y nuestro tiempo de trabajo no son muy disímiles. No son dos realidades opuestas, que se enfrentan, como cuando uno llega de la oficina, se prepara una comida rápida y se pone a mirar a Tinelli o a cualquier basura que den en la TV para tratar de escaparse de esa larga jornada de trabajo que lo mantuvo a uno tensionado y alienado durante ocho o diez horas. Nuestro trabajo es puro goce y se disfruta al máximo, aunque terminemos también muy cansados. Pero al otro día, lo primero que hago es agarrar una guitarra y ponerme a tocar, escuchar música, bajar canciones y letras para practicar, ensayar con Pachanga, con La Vieja o con los Discípulos de Alcachofa. Nuestro día es una totalidad totalmente armonizada. Y pensar que con Valerio nos conocimos hace dos años, trabajando 12 horas en un ciber por unas pocas monedas.
El Kilómetro Cero explota de gente, como todos los domingos. Se acerca la medianoche y estamos tocando con la misma energía de siempre, cuando Ariel, el dueño del bar, nos dice que paremos de tocar. La policía de migraciones está afuera.


*Con ustedes, La Pachanga: (de izq. a der.) Arriba, el Negro, Javier y Sachy. Abajo, Valerio, Mauricio y yo.







*Fiesta pachangera en el Km Cero









*Fiesta pachangera en el Wachuma

II. “Argentino, clandestino”

Me despierta un extraño sonido. Lo reconozco después de unos segundos, pero hacía tanto que no escuchaba ese ruido ensordecedor y molesto, que estuve despistado por un momento. El sonido provenía de un despertador -“oh, maldito engendro del demonio”-, que me lo había prestado nuestro amigo Javier, otro de los colombianos de Pachanga. En nuestra vida no existen relojes, ni despertadores, ni fecha en el calendario. Nos despertamos cuando el cuerpo te lo pide.
Hoy es lunes, el feriado del músico cuzqueño, nuestro único día de descanso. Pero hoy no es un lunes para nada normal. Anoche cayó la policía de migraciones al bar donde estábamos tocando, y nos citó para la mañana siguiente, para ir a declarar por tocar sin permiso de trabajo, siendo la mayoría del grupo extranjeros. Como siempre, los tombos como le dicen en Colombia, los Wachyman como le dicen en Perú, los pacos culeaos como les dicen en Chile, o simplemente la yuta hija de remil puta como les decimos nosotros, molestando a los artistas, a los que se ganan el pan sin molestar a nadie, llevando su arte por el mundo.
Esa noche nos dejaron terminar el show, en el cual descargamos toda nuestra furia con muchísima fuerza. Esa noche se coreó nuestra ya popular “Los municipales”, que habla de los agentes de la ley que levantan diariamente parches, artesanías y artesanos, deportándolos a sus países, junto con malabaristas, músicos y actores.
Me levanto. Valerio duerme. Nos encontramos con Javier, guitarrista, el único de los colombianos de Pachanga que no tiene problemas con la ley (Mauricio, el cantante de la banda, está hace 8 meses de ilegal en el Perú, y el Negro, percusionista, que también es artesano, ya fue intervenido por migraciones cuando estaba parchando en Plaza San Blas, y fue amenazado con la deportación si lo encontraban trabajando nuevamente). Luego lo encontramos a Sachy, el peruano de la banda, que se encarga de tocar el D’Jembé en Pachanga. Lo despertamos a Valerio, y los cuatro salimos para la comisaría.
Nos hicieron esperar como una hora en la sala de espera, en donde había un afiche en la pared con varios consejos policiales. Uno, el que más recuerdo, decía: “Si no puedes convencerlos, confúndelos”. Y eso fue lo que hicieron. Primero, trataron de asustarnos lo más que pudieron. “Ahora tengo que esperar un llamado del jefe. El me va a decir si los dejo ir o si pasan la noche aquí, para luego deportarlos”. Después de amenazarnos, extorsionarnos y tratar de asustarnos, obviamente llego el pedido de coima. “Si no quieren tener más problemas, nos tienen que dar algo”.
Y me da mucha vergüenza decirlo, y me costó mucho aceptarlo, pero tuvimos que transar con la policía. Le dimos 10 soles cada uno y nos fuimos. “Si quieren seguir tocando, me llaman o vienen a hablar conmigo por acá”, nos dijo el oficial cuando nos despedíamos y ellos se iban a almorzar a un lindo restaurant con nuestro dinero.
Era o transar o irnos de Cuzco. Y como amamos esta ciudad, y nos sentimos cuzqueños casi, decidimos arreglar el tema. Una vez cada tanto le llevamos una botella de whisky o de ron, y le tiramos unos pesos a estos hijos de puta. Ese día lunes salimos para Brasil, para renovar nuestra visa peruana y estar tres meses más en este país, el Perú, país generoso.












*Mauricio, el cantante y showman de Pachanga








*Pachanga con los mexicanos de Olin.




*Tambien tenemos nuestros fanáticos masculinos. Aquí el negro Sosa, tratando de
conquistar el amor de Valerio.









*Con nuestra otra banda, "La Vieja", en "El Nómade". A la izquierda, Alvarito, y a la derecha el saxofonista llamado Lucas.