jueves, 25 de octubre de 2012

Atrapados en La Antigua

 
 

Escribo estas líneas mientras termino de armar los bolsos, esperando el “shuttle” -como le dicen acá a los minibuses privados- que nos lleve a San Pedro la Laguna, donde nos esperan para tocar esta noche en el Buddha Bar. Por fin, después de cuatro meses, podemos salir de Antigua.
Ayer dormí solo un par de horas por los nervios y la ansiedad que me provocan los momentos previos a nuestras mudanzas pseudo-gitanescas. Como todavía no tenemos lista la camioneta del negro (y no sabemos que va a pasar con ella), trasladarse de un lugar a otro se hace cada vez más difícil por la cantidad de equipaje que cargamos: mochilas y equipos que no para nunca de agrandarse. A mi enorme mochila, que tiene el tamaño de un pibe de diez años, mis dos guitarras y nuestro equipo de sonido Peavey (que consta de dos parlantes y un mixer), hace unos meses sumé a la familia al “Monster”, un nuevo y más grande amplificador de guitarra “Laney” de 25 watts a tubos y 23 kilos de peso, con el que reemplazé a mi viejo Laney de 15 watts. Además, me hice de un set de pedales individuales para reemplazar a mi multiefectos Boss.
Pero yo no fui el único en sumar peso. Culpa de la dadivosa Roatán y el dinero ahorrado durante meses de trabajo en esa hermosa isla, una vez en tierra firme nos largamos a comprar de todo. Valerio se compró su “Netbook”, una butaca para la batería y el último platillo que le faltaba: el Ridde. Y Federico, además de su “Volkswagen Vanagon” y miles de chucherías, se compró una guitarra acústica y otro amplificador de bajo, un “Ampeg Portaflex”, de mayor peso y potencia que su antiguo Ampeg (el tipo ahora viaja con dos amplis de bajo que suman como 300 watts y más de 50 kilos entre los dos...que tal!).
Pero lo chistoso fue que en el momento en el que llegamos a tener el equipo de guitarra, bajo y batería soñado, el mejor que hayamos tenido en nuestras vidas, fue el peor momento de la banda. Como les contábamos en la entrada anterior, en Antigua fuimos de mayor a menor, arrancando con todo, tocando todos los fines de semanas para mucha gente, y terminamos tocando una vez cada quince días para unas pocas personas.
Había que irse pa’ otro lado, buscar nuevos horizontes más prósperos para trabajar, como hacían los artesanos. Si para nosotros hay un indicador de los lugares a los que hay que ir, de los lugares que están buenos y donde se puede hacer “pisto”, ese indicador son los artesanos. Y todos los artesanos viajeros que conocimos en Guate estaban unos días en Antigua y se escapaban enseguida para México, en donde veían más posibilidades laborales. Pero a nosotros nos retrasaba una bendita grabación que nunca terminamos.

Colección "Retratos de La Antigua", por Federico Borges.
 
 
 
 
 
Buscando una salida
Tuvieron que pasar más de tres meses en Antigua para que finalmente dieramos con el estudio indicado y grabáramos la batería y las congas de "Latinoamericano". Ahora había que arreglar y cuantizar lo grabado para poder seguir adelante grabando de forma casera el bajo, la guitarra y las voces.
La espera, encerrado en mi casa de Jocotenango, era insoportable. Casi sin tocar en vivo, lo más excitante de mi semana era mirar “The Big Bang Theory” en el Warner y los partidos de Boca cada miércoles y domingo. Aburrido de no tocar, me dispuse a crear otras opciones para hacer algo interesante. Comenzé a dar clases de guitarra, aunque solo llegué a tener una sola alumna, una señora de Estados Unidos que me pidió que le enseñe algunos ritmos. Y todos los miércoles me iba a tocar al "Open Mic" del "Rainbow Café", en donde me hice amigo del Guicho, un excelente guitarrista con el que compartiríamos escenario en diferentes oportunidades.
 
 
Pero lo que ocupaba mi cabeza por aquellos días era otra cosa. Alentado por nuestro amigo Germán (que tocaba solo casi todos los días) y por Federico (que andaba preparando su show solista), salí a ofrecer mi propio show, preguntando en todos los bares y restaurantes de la Antigua. Era un desafío personal que tenía pendiente desde hacía tiempo. De los “desafíos” siempre he aprendido mucho, aun en el fracaso. Después de plantearse un objetivo e intentar alcanzarlo, uno siempre termina un paso delante de donde estaba, aún cuando no se haya alcanzado eso que se buscaba. Y la idea de no depender de nadie, solo de mí mismo, y armar un showsito de guitarra acústica y voz que se pueda vender fácilmente, era más que atrayente.
Pero mi experiencia como solista era casi nula. Siempre había tocado con, por lo menos, un percusionista. Y ese percusionista siempre había sido nada menos que Valerio, un músico excelente que le aportaba mucho ritmo y estilo a las canciones que yo cantaba y tocaba en la guitarra. Aunque una vez había tocado solo. Sí, una noche en el Cuzco; en el bar de “Magalí”, para ser más precisos. Valerio había ido a Lima a ver a Charly García y no había podido llegar a tiempo para el show que teníamos que dar esa noche. Y yo me obligué a tocar de todos modos (esa ha sido una fórmula que he venido usando contra el miedo: tratar de enfrentar y hacer todo lo que me resulte difícil).
Tres años después, me llegó la llamada del universo para salir a la cancha. Salté de la cama y atendí el teléfono. Era la italiana dueña de la confitería y panadería “Pan y Fantasía”:
 
-Hola ¿Lisandro?
-Sí- le contesté medio dormido.
-Me dijo “Angie” que tu tocas guitarra.
-Sí, sí ¿Porqué?
-Necesito un show para esta noche, que tenemos una fiesta de cumpleaños.
-Ah, ok ¿Quieres que toquemos con la banda?
-No, solo tú. El lugar es muy pequeño.
 
Unas horas después, salí para “Pan y Fantasía” sin haber preparado nada. "Ah, no puede ser tan diferente que tocar con la banda", me dije a mí mismo como para tranquilizarme. Pero enseguida vino mi primer sorpresa: los comensales, que ya estaban sentados en sus mesas, eran unas treinta señoras de la clase alta guatemalteca de entre 50 y 70 años. Esto se ponía cada vez más difícil, porque además de ser la primera vez que tocaba solo, me enfrentaba a un tipo de público que no era el de siempre. Saludé a la agasajada, que esa noche cumplía 67 “pirulos”, y le pregunté qué quería que tocara. “Y si te sabes algunos boleros…”, me contestó la doña. “Uy, uy, uy, boleros…la puta madre”, pensé. “Eh...sí, puede ser”, le contesté bastante dubitativo, aunque no me sabía ni un bolero.
Llegó la hora de tocar y me senté con la guitarra frente a las señoras que esperaban ansiosas la música. Además de miedo, me invadió un sentimiento de soledad tremendo: me sentía desprotegido, desnudo, como en uno de esos sueños. Ahora no tenía la coraza de la banda que me protegía: no estaba ni el swing de Valerio, ni el bajo y los coros embellecedores del “Negro”. Además, no tenía ni las canciones. Iba a tener que improvisar, tocar algo parecido a un bolero o canciones que gusten a la gente grande. No podía tocar Manu Chao ni Bob Marley, ni ninguna canción que hable de la marihuana.
En ese momento, se me vino a la cabeza el tango, lo más parecido a un bolero que, tal vez, podría tocar. Alguna vez, cuando hacía solo unos días que habíamos empezado a viajar, nos pusimos a preparar unos tangos con Valerio. Ensayábamos en el “malecón” de Viña del Mar, con una gorrita puesta en el piso, por las dudas si a alguien se le caía un billete. Por ese entonces, teníamos la convicción de que el tango nos iba a salvar más adelante. Todavía ni nos imaginábamos que “Matador” nos iba a dar de morfar durante más de tres años (lo más justo sería que le pasemos unos pesos a Flavio Cianciarulo, ahora que no están tocando los Cadillacs). Pero con el pasar de los días y los kilómetros nos fuimos dando cuenta de que en los circuitos de bares y boliches nocturnos donde nos movíamos la gente quería divertirse, bailar y pasarla bien mientras se emborrachaban y se pegaban unos nariguetazos de coca. Así que el repertorio pasó a ser otro y los tangos quedaron olvidados.
Ahora, de repente, los tangos volvían de mi subconciente. Repasé un poquito los acordes antes de tocar y ahí estaban de vuelta “Como dos extraños”, “Volver”, “El día que me quieras”. Pero como estaba demasiado nervioso, empecé con algo bien conocido y fácil para mí (no vaya a ser cosa que la cague en el primer tema): Ah, viejo y querido Bob Marley…como rinden tus canciones! Ahí nomás agarré un poco de confianza y me largué a tocar un mix de Tango, Bossa y los Beatles que no podía fallar. Al final, terminaron todos bailando y yo tocando lo mismo de siempre: “El cuarto de Tula”, “Chan Chan”, “El Pescador” y, para terminar, claro que sí: “Matador, matador…”
 
 
Con el Boro y Germán.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Mi debut como solista en el cumple N°67 de la doña.


Dedicado a nuestro amigo "Fifiu", por esas cenas que nos preparabas, por la sabiduría que nos dejaste y los momentos que compartimos en Montezuma.